Página 420 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
si bien era cierto que se había cerrado la puerta de esperanza y
de gracia por la cual los hombres habían encontrado durante mil
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ochocientos años acceso a Dios, otra puerta se les abría, y el perdón
de los pecados era ofrecido a los hombres por la intercesión de Cristo
en el lugar santísimo. Una parte de su obra había terminado tan sólo
para dar lugar a otra. Había aún una “puerta abierta” para entrar en
el santuario celestial donde Cristo oficiaba en favor del pecador.
Entonces comprendieron la aplicación de las palabras que Cristo
dirigió en el Apocalipsis a la iglesia correspondiente al tiempo en
que ellos mismos vivían: “Estas cosas dice el que es santo, el que
es veraz, el que tiene la llave de David, el que abre, y ninguno
cierra, y cierra, y ninguno abre: Yo conozco tus obras: he aquí he
puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie podrá cerrar.”
Apocalipsis 3:7, 8 (VM)
.
Son los que por le siguen a Jesús en su gran obra de expiación,
quienes reciben los beneficios de su mediación por ellos, mientras
que a los que rechazan la luz que pone a la vista este ministerio,
no les beneficia. Los judíos que rechazaron la luz concedida en el
tiempo del primer advenimiento de Cristo, y se negaron a creer en él
como Salvador del mundo, no podían ser perdonados por intermedio
de él. Cuando en la ascensión Jesús entró por su propia sangre en el
santuario celestial para derramar sobre sus discípulos las bendiciones
de su mediación, los judíos fueron dejados en obscuridad completa
y siguieron con sus sacrificios y ofrendas inútiles. Había cesado el
ministerio de símbolos y sombras. La puerta por la cual los hombres
habían encontrado antes acceso cerca de Dios, no estaba más abierta.
Los judíos se habían negado a buscarle de la sola manera en que
podía ser encontrado entonces, por el sacerdocio en el santuario
del cielo. No encontraban por consiguiente comunión con Dios.
La puerta estaba cerrada para ellos. No conocían a Cristo como
verdadero sacrificio y único mediador ante Dios; de ahí que no
pudiesen recibir los beneficios de su mediación.
La condición de los judíos incrédulos ilustra el estado de los in-
diferentes e incrédulos entre los profesos cristianos, que desconocen
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voluntariamente la obra de nuestro misericordioso Sumo Sacerdote.
En el servicio típico, cuando el sumo sacerdote entraba en el lugar
santísimo, todos los hijos de Israel debían reunirse cerca del santua-
rio y humillar sus almas del modo más solemne ante Dios, a fin de