Página 460 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
cias o en el culto que tributan a la moda; cuántos están envileciendo
en su ser la imagen de Dios, con la glotonería, las bebidas espirituo-
sas, los placeres ilícitos! Y la iglesia, en lugar de reprimir el mal,
demasiado a menudo lo fomenta, apelando a los apetitos, al amor
del lucro y de los placeres para llenar su tesoro, que el amor a Cristo
es demasiado débil para colmar. Si Jesús entrase en las iglesias de
nuestros días, y viese los festejos y el tráfico impío que se práctica
en nombre de la religión, ¿no arrojaría acaso a esos profanadores,
como arrojó del templo a los cambiadores de moneda?
El apóstol Santiago declara que la sabiduría que desciende de
arriba es “primeramente pura.” Si se hubiese encontrado con aquellos
que pronuncian el precioso nombre de Jesús con labios manchados
por el tabaco, con aquellos cuyo aliento y persona están contamina-
dos por sus fétidos olores, y que infestan el aire del cielo y obligan
a todos los que les rodean a aspirar el veneno,—si el apóstol hu-
biese entrado en contacto con un hábito tan opuesto a la pureza
del Evangelio, ¿no lo habría acaso estigmatizado como, “terreno,
animal, diabólico”? Los esclavos del tabaco, pretendiendo gozar de
las bendiciones de la santificación completa, hablan de su esperanza
de ir a la gloria; pero la Palabra de Dios declara positivamente que
“no entrará en ella ninguna cosa sucia.”
Apocalipsis 21:27
.
“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el
cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
Porque comprados sois por precio: glorificad pues a Dios en vuestro
cuerpo.”
1 Corintios 6:19, 20
. Aquel cuyo cuerpo es el templo del
Espíritu Santo no se dejará esclavizar por ningún hábito pernicioso.
Sus facultades pertenecen a Cristo, que le compró con precio de
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sangre. Sus bienes son del Señor. ¿Cómo podrá quedar sin culpa
si dilapida el capital que se le confió? Hay cristianos de profesión
que gastan al año ingentes cantidades en goces inútiles y pernicio-
sos, mientras muchas almas perecen por falta de la palabra de vida.
Roban a Dios en los diezmos y ofrendas, mientras consumen en
aras de la pasión destructora más de lo que dan para socorrer a los
pobres o para el sostenimiento del Evangelio. Si todos los que hacen
profesión de seguir a Cristo estuviesen verdaderamente santificados,
en lugar de gastar sus recursos en placeres inútiles y hasta perjudi-
ciales, los invertirían en el tesoro del Señor, y los cristianos darían