Página 479 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El origen del mal y del dolor
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tiempo sus verdaderos fines bajo una apariencia de respeto hacia
Dios, se esforzó en despertar el descontento respecto a las leyes
que gobernaban a los seres divinos, insinuando que ellas imponían
restricciones innecesarias. Insistía en que siendo dotados de una
naturaleza santa, los ángeles debían obedecer los dictados de su
propia voluntad. Procuró ganarse la simpatía de ellos haciéndoles
creer que Dios había obrado injustamente con él, concediendo a
Cristo honor supremo. Dió a entender que al aspirar a mayor poder
y honor, no trataba de exaltarse a sí mismo sino de asegurar libertad
para todos los habitantes del cielo, a fin de que pudiesen así alcanzar
a un nivel superior de existencia.
En su gran misericordia, Dios soportó por largo tiempo a Lucifer.
Este no fué expulsado inmediatamente de su elevado puesto, cuando
se dejó arrastrar por primera vez por el espíritu de descontento, ni
tampoco cuando empezó a presentar sus falsos asertos a los ángeles
leales. Fué retenido aún por mucho tiempo en el cielo. Varias y repe-
tidas veces se le ofreció el perdón con tal de que se arrepintiese y se
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sometiese. Para convencerle de su error se hicieron esfuerzos de que
sólo el amor y la sabiduría infinitos eran capaces. Hasta entonces no
se había conocido el espíritu de descontento en el cielo. El mismo
Lucifer no veía en un principio hasta dónde le llevaría este espíritu;
no comprendía la verdadera naturaleza de sus sentimientos. Pero
cuando se demostró que su descontento no tenía motivo, Lucifer se
convenció de que no tenía razón, que lo que Dios pedía era justo,
y que debía reconocerlo ante todo el cielo. De haberlo hecho así,
se habría salvado a sí mismo y a muchos ángeles. En ese enton-
ces no había él negado aún toda obediencia a Dios. Aunque había
abandonado su puesto de querubín cubridor, habría sido no obstante
restablecido en su oficio si, reconociendo la sabiduría del Creador,
hubiese estado dispuesto a volver a Dios y si se hubiese contentado
con ocupar el lugar que le correspondía en el plan de Dios. Pero el
orgullo le impidió someterse. Se empeñó en defender su proceder
insistiendo en que no necesitaba arrepentirse, y se entregó de lleno
al gran conflicto con su Hacedor.
Desde entonces dedicó todo el poder de su gran inteligencia a
la tarea de engañar, para asegurarse la simpatía de los ángeles que
habían estado bajo sus órdenes. Hasta el hecho de que Cristo le
había prevenido y aconsejado fué desnaturalizado para servir a sus