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El Conflicto de los Siglos
que dijiste: ... ¡Al cielo subiré; sobre las estrellas de Dios ensalzaré
mi trono, y me sentaré en el Monte de Asamblea; ... me remontaré
sobre las alturas de las nubes; seré semejante al Altísimo!”
Ezequiel
28:6
;
Isaías 14:13, 14 (VM)
. En lugar de procurar que Dios fuese
objeto principal de los afectos y de la obediencia de sus criaturas,
Lucifer se esforzó por granjearse el servicio y el homenaje de ellas.
Y, codiciando los honores que el Padre Infinito había concedido a
su Hijo, este príncipe de los ángeles aspiraba a un poder que sólo
Cristo tenía derecho a ejercer.
El cielo entero se había regocijado en reflejar la gloria del Crea-
dor y entonar sus alabanzas. Y en tanto que Dios era así honrado,
todo era paz y dicha. Pero una nota discordante vino a romper las
armonías celestiales. El amor y la exaltación de sí mismo, contra-
rios al plan del Creador, despertaron presentimientos del mal en
las mentes de aquellos entre quienes la gloria de Dios lo superaba
todo. Los consejos celestiales alegaron con Lucifer. El Hijo de Dios
le hizo presentes la grandeza, la bondad y la justicia del Creador,
y la naturaleza sagrada e inmutable de su ley. Dios mismo había
establecido el orden del cielo, y Lucifer al apartarse de él, iba a
deshonrar a su Creador y a atraer la ruina sobre sí mismo. Pero la
amonestación dada con un espíritu de amor y misericordia infinitos,
sólo despertó espíritu de resistencia. Lucifer dejó prevalecer sus
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celos y su rivalidad con Cristo, y se volvió aún más obstinado.
El orgullo de su propia gloria le hizo desear la supremacía.
Lucifer no apreció como don de su Creador los altos honores que
Dios le había conferido, y no sintió gratitud alguna. Se glorificaba
de su belleza y elevación, y aspiraba a ser igual a Dios. Era amado
y reverenciado por la hueste celestial. Los ángeles se deleitaban
en ejecutar sus órdenes, y estaba revestido de sabiduría y gloria
sobre todos ellos. Sin embargo, el Hijo de Dios era el Soberano
reconocido del cielo, y gozaba de la misma autoridad y poder que el
Padre. Cristo tomaba parte en todos los consejos de Dios, mientras
que a Lucifer no le era permitido entrar así en los designios divinos.
Y este ángel poderoso se preguntaba por qué había de tener Cristo
la supremacía y recibir más honra que él mismo.
Abandonando el lugar que ocupaba en la presencia inmediata del
Padre, Lucifer salió a difundir el espíritu de descontento entre los
ángeles. Obrando con misterioso sigilo y encubriendo durante algún