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El Conflicto de los Siglos
Así que, aunque expuesto al poder engañoso y a la continua ma-
licia del príncipe de las tinieblas y en conflicto con todas las fuerzas
del mal, el pueblo de Dios tiene siempre asegurada la protección
de los ángeles del cielo. Y esta protección no es superflua. Si Dios
concedió a sus hijos su gracia y su amparo, es porque deben hacer
frente a las temibles potestades del mal, potestades múltiples, auda-
ces e incansables, cuya malignidad y poder nadie puede ignorar o
despreciar impunemente.
Los espíritus malos, creados en un principio sin pecado, eran
iguales, por naturaleza, poder y gloria, a los seres santos que son
ahora mensajeros de Dios. Pero una vez caídos por el pecado, se
coligaron para deshonrar a Dios y acabar con los hombres. Unidos
con Satanás en su rebeldía y arrojados del cielo con él, han sido
desde entonces, en el curso de los siglos, sus cómplices en la guerra
empeñada contra la autoridad divina. Las Sagradas Escrituras nos
hablan de su unión y de su gobierno, de sus diversas órdenes, de su
inteligencia y astucia, como también de sus propósitos malévolos
contra la paz y la felicidad de los hombres.
La historia del Antiguo Testamento menciona a veces su exis-
tencia y su actuación; pero fué durante el tiempo que Cristo estuvo
en la tierra cuando los espíritus malos dieron las más sorprendentes
pruebas de su poder. Cristo había venido para cumplir el plan ideado
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para la redención del hombre, y Satanás resolvió afirmar su derecho
para gobernar al mundo. Había logrado implantar la idolatría en toda
la tierra, menos en Palestina. Cristo vino a derramar la luz del cielo
sobre el único país que no se había sometido al yugo del tentador.
Dos poderes rivales pretendían la supremacía. Jesús extendía sus
brazos de amor, invitando a todos los que querían encontrar en él
perdón y paz. Las huestes de las tinieblas vieron que no poseían un
poder ilimitado, y comprendieron que si la misión de Cristo tenía
éxito, pronto terminaría su reinado. Satanás se enfureció como león
encadenado y desplegó atrevidamente sus poderes tanto sobre los
cuerpos como sobre las almas de los hombres.
Que ciertos hombres hayan sido poseídos por demonios está cla-
ramente expresado en el Nuevo Testamento. Las personas afligidas
de tal suerte no sufrían únicamente de enfermedades cuyas causas
eran naturales. Cristo tenía conocimiento perfecto de aquello con