Capítulo 34—El misterio de la inmortalidad
Desde los tiempos más remotos de la historia del hombre, Sata-
nás se esforzó por engañar a nuestra raza. El que había promovido
la rebelión en el cielo deseaba inducir a los habitantes de la tierra a
que se uniesen con él en su lucha contra el gobierno de Dios. Adán
y Eva habían sido perfectamente felices mientras obedecieron a la
ley de Dios, y esto constituía un testimonio permanente contra el
aserto que Satanás había hecho en el cielo, de que la ley de Dios
era un instrumento de opresión y contraria al bien de sus criaturas.
Además, la envidia de Satanás se despertó al ver la hermosísima
morada preparada para la inocente pareja. Resolvió hacer caer a
ésta para que, una vez separada de Dios y arrastrada bajo su propio
poder, pudiese él apoderarse de la tierra y establecer allí su reino en
oposición al Altísimo.
Si Satanás se hubiese presentado en su verdadero carácter, habría
sido rechazado en el acto, pues Adán y Eva habían sido prevenidos
contra este enemigo peligroso; pero Satanás trabajó en la obscuridad,
encubriendo su propósito a fin de poder realizar mejor sus fines.
Valiéndose de la serpiente, que era entonces un ser de fascinadora
apariencia, se dirigió a Eva, diciéndole: “¿Conque Dios os ha dicho:
no comáis de todo árbol del huerto?”
Génesis 3:1
. Si Eva hubiese
rehusado entrar en discusión con el tentador, se habría salvado;
pero ella se aventuró a alegar con él y entonces fué víctima de sus
artificios. Así es como muchas personas son aún vencidas. Dudan y
discuten respecto a la voluntad de Dios, y en lugar de obedecer sus
mandamientos, aceptan teorías humanas que no sirven más que para
encubrir los engaños de Satanás.
“Y respondió la mujer a la serpiente: Del fruto de los árboles
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del jardín bien podemos comer: mas del fruto del árbol que está en
medio del jardín, ha dicho Dios: No comeréis de él, ni lo tocaréis,
no sea que muráis. Entonces dijo la serpiente a la mujer: De seguro
que no moriréis; antes bien, sabe Dios que en el día que comiereis
de él, vuestros ojos serán abiertos, y seréis como Dios, conocedores
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