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El Conflicto de los Siglos
contentamos con citar las Sagradas Escrituras; la contestación que
nos dan al respecto ha de resolver tan tremendo problema. Amnón
era pecador en extremo; era impenitente, se embriagó y fué muerto
en ese estado. David era profeta de Dios; debía saber si Amnón se
encontraba bien o mal en el otro mundo. ¿Cuáles fueron las expre-
siones de su corazón?—‘El rey David deseó ver a Absalom: porque
estaba consolado acerca de Amnón que era muerto.’
¿Y qué debemos deducir de estas palabras? ¿No es acaso que los
sufrimientos sin fin no formaban parte de su creencia religiosa?—
Así lo entendemos nosotros; y aquí encontramos un argumento
triunfante en apoyo de la hipótesis más agradable, más luminosa
y más benévola de la pureza y de la paz finales y universales. Se
había consolado de la muerte de su hijo. ¿Y por qué?—Porque
podía con su ojo de profeta echar una mirada hacia el glorioso
estado, ver a su hijo muy alejado de todas las tentaciones, libertado
y purificado de la esclavitud y corrupciones del pecado, y, después
de haber sido suficientemente santificado e ilumínado, admitido a
la asamblea de espíritus superiores y dichosos. Su solo consuelo
consistía en que su hijo amado al ser recogido del presente estado
de pecado y padecimiento, había ido adonde el soplo sublime del
Espíritu Santo sería derramado sobre su alma obscurecida; adonde
su espíritu se desarrollaría con la sabiduría del cielo y con los dulces
transportes del amor eterno, a fin de ser así preparado para gozar
con una naturaleza santificada del descanso y de las glorias de la
herencia eterna.
“Con esto queremos dar a entender que creemos que la salvación
del cielo no depende en nada de lo que podamos hacer en esta vida,
ni de un cambio actual de corazón, ni de una creencia actual ni de
una profesión de fe religiosa.”
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Así es como este profeso ministro de Cristo reitera la mentira ya
dicha por la serpiente en Edén: “De seguro que no moriréis.” “En el
día que comiereis de él, vuestros ojos serán abiertos, y seréis como
Dios.” Afirma que los más viles pecadores—el homicida, el ladrón
y el adúltero—serán preparados después de la muerte para gozar de
la eterna bienaventuranza.
¿Y de dónde saca sus conclusiones este falseador de las Sagradas
Escrituras?—De una simple frase que expresa la sumisión de David
a la dispensación de la Providencia. Su alma “deseó ver a Absa-