Página 533 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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¿Pueden hablarnos nuestros muertos?
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induce a los hombres a enorgullecerse tanto de su propia sabiduría,
que en el fondo de su corazón desprecian al Dios eterno. Ese ser
poderoso que pudo transportar al Redentor del mundo a un altísimo
monte y poner ante su vista todos los reinos y la gloria de la tierra,
presentará sus tentaciones a los hombres y pervertirá los sentidos de
todos los que no estén protegidos por el poder divino.
Satanás seduce hoy día a los hombres como sedujo a Eva en el
Edén, lisonjeándolos, alentando en ellos el deseo de conocimientos
prohibidos y despertando en ellos la ambición de exaltarse a sí
mismos. Fué alimentando esos males cómo cayó él mismo, y por
ellos trata de acarrear la ruina de los hombres. “Y seréis como Dios—
dijo él,—conocedores del bien y del mal.”
Génesis 3:5 (VM)
. El
espiritismo enseña “que el hombre es un ser susceptible de adelanto;
que su destino consiste en progresar desde su nacimiento, aun hasta
la eternidad, hacia la divinidad.” Y además que “cada inteligencia
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se juzgará a sí misma y no será juzgada por otra.” “El juicio será
justo, porque será el juicio que uno haga de sí mismo... El tribunal
está interiormente en vosotros.” Un maestro espiritista dijo cuando
“la conciencia espiritual” se despertó en él: “Todos mis semejantes
eran semídioses no caídos.” Y otro dice: “Todo ser justo y perfecto
es Cristo.”
Así, en lugar de la justicia y perfección del Dios infinito que es
el verdadero objeto de la adoración; en lugar de la justicia perfecta
de la ley, que es el verdadero modelo de la perfección humana, Sata-
nás ha colocado la naturaleza pecadora del hombre sujeto al error,
como único objeto de adoración, única regla del juicio o modelo del
carácter. Eso no es progreso, sino retroceso.
Hay una ley de la naturaleza intelectual y espiritual según la cual
modificamos nuestro ser mediante la contemplación. La inteligencia
se adapta gradualmente a los asuntos en que se ocupa. Se asimila
lo que se acostumbra a amar y a reverenciar. Jamás se elevará el
hombre a mayor altura que a la de su ideal de pureza, de bondad o de
verdad. Si se considera a sí mismo como el ideal más sublime, jamás
llegará a cosa más exaltada. Caerá más bien en bajezas siempre
mayores. Sólo la gracia de Dios puede elevar al hombre. Si depende
de sus propios recursos, su conducta empeorará inevitablemente.
A los indulgentes consigo mismos, a los amigos del placer, a los
sensuales, el espiritismo se presenta bajo un disfraz menos sutil que