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El Conflicto de los Siglos
Pero están equivocados. Si bien el romanismo se basa en el engaño,
no es una impostura grosera ni desprovista de arte. El culto de la
iglesia romana es un ceremonial que impresiona profundamente.
Lo brillante de sus ostentaciones y la solemnidad de sus tiros fas-
cinan los sentidos del pueblo y acallan la voz de la razón y de la
conciencia. Todo encanta a la vista. Sus soberbias iglesias, sus pro-
cesiones imponentes, sus altares de oro, sus relicarios de joyas, sus
pinturas escogidas y sus exquisitas esculturas, todo apela al amor de
la belleza. Al oído también se le cautiva. Su música no tiene igual.
Los graves acordes del órgano poderoso, unidos a la melodía de
numerosas voces que resuenan y repercuten por entre las elevadas
naves y columnas de sus grandes catedrales, no pueden dejar de
producir en los espíritus impresiones de respeto y reverencia.
Este esplendor, esta pompa y estas ceremonias exteriores, que no
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sirven más que para dejar burlados los anhelos de las almas enfermas
de pecado, son clara evidencia de la corrupción interior. La religión
de Cristo no necesita de tales atractivos para hacerse recomendable.
Bajo los rayos de luz que emite la cruz, el verdadero cristianismo
se muestra tan puro y tan hermoso, que ninguna decoración exterior
puede realzar su verdadero valor. Es la hermosura de la santidad, o
sea un espíritu manso y apacible, lo que tiene valor delante de Dios.
La brillantez del estilo no es necesariamente indicio de pensa-
mientos puros y elevados. Encuéntranse a menudo conceptos del arte
y refinamientos del gusto en espíritus carnales y sensuales. Satanás
suele valerse a menudo de ellos para hacer olvidar a los hombres las
necesidades del alma, para hacerles perder de vista la vida futura e
inmortal, para alejarlos de su Salvador infinito e inducirlos a vivir
para este mundo solamente.
Una religión de ceremonias exteriores es propia para atraer al
corazón irregenerado. La pompa y el ceremonial del culto católico
ejercen un poder seductor, fascinador, que engaña a muchas personas,
las cuales llegan a considerar a la iglesia romana como la verdadera
puerta del cielo. Sólo pueden resistir su influencia los que pisan con
pie firme en el fundamento de la verdad y cuyos corazones han sido
regenerados por el Espíritu de Dios. Millares de personas que no
conocen por experiencia a Cristo, serán llevadas a aceptar las formas
de una piedad sin poder. Semejante religión es, precisamente, lo que
las multitudes desean.