El mensaje final de Dios
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Así también será proclamado el mensaje del tercer ángel. Cuan-
do llegue el tiempo de hacerlo con el mayor poder, el Señor obrará
por conducto de humildes instrumentos, dirigiendo el espíritu de los
que se consagren a su servicio. Los obreros serán calificados más
bien por la unción de su Espíritu que por la educación en institutos
de enseñanza. Habrá hombres de fe y de oración que se sentirán
impelidos a declarar con santo entusiasmo las palabras que Dios les
inspire. Los pecados de Babilonia serán denunciados. Los resulta-
dos funestos y espantosos de la imposición de las observancias de
la iglesia por la autoridad civil, las invasiones del espiritismo, los
progresos secretos pero rápidos del poder papal—todo será desen-
mascarado. Estas solemnes amonestaciones conmoverán al pueblo.
Miles y miles de personas que nunca habrán oído palabras semejan-
tes, las escucharán. Admirados y confundidos, oirán el testimonio de
que Babilonia es la iglesia que cayó por sus errores y sus pecados,
porque rechazó la verdad que le fué enviada del cielo. Cuando el
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pueblo acuda a sus antiguos conductores espirituales a preguntarles
con ansia: ¿Son esas cosas así? los ministros aducirán fábulas, pro-
fetizarán cosas agradables para calmar los temores y tranquilizar las
conciencias despertadas. Pero como muchas personas no se conten-
tan con las meras razones de los hombres y exigen un positivo “Así
dice Jehová,” los ministros populares, como los fariseos de antaño,
airándose al ver que se pone en duda su autoridad, denunciarán el
mensaje como si viniese de Satanás e incitarán a las multitudes
dadas al pecado a que injurien y persigan a los que lo proclaman.
Satanás se pondrá alerta al ver que la controversia se extiende a
nuevos campos y que la atención del pueblo es dirigida a la pisoteada
ley de Dios. El poder que acompaña a la proclamación del mensaje
sólo desesperará a los que se le oponen. El clero hará esfuerzos casi
sobrehumanos para sofocar la luz por temor de que alumbre a sus
rebaños. Por todos los medios a su alcance los ministros tratarán
de evitar toda discusión sobre esas cuestiones vitales. La iglesia
apelará al brazo poderoso de la autoridad civil y en esta obra los
papistas y los protestantes irán unidos. Al paso que el movimiento en
favor de la imposición del domingo se vuelva más audaz y decidido,
la ley será invocada contra los que observan los mandamientos.
Se los amenazará con multas y encarcelatalentos; a algunos se les
ofrecerán puestos de influencia y otras ventajas para inducidos a que