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El Conflicto de los Siglos
les sea aplicada finalmente a los hombres, entonces se trazará la
línea de demarcación entre los que sirven a Dios y los que no le
sirven. Mientras la observancia del falso día de reposo (domingo),
en obedecimiento a la ley del estado y en oposición al cuarto man-
damiento, será una declaración de obediencia a un poder que está
en oposición a Dios, la observancia del verdadero día de reposo
(sábado), en obediencia a la ley de Dios, será señal evidente de la
lealtad al Creador. Mientras que una clase de personas, al aceptar
el signo de la sumisión a los poderes del mundo, recibe la marca
de la bestia, la otra, por haber escogido el signo de obediencia a la
autoridad divina, recibirá el sello de Dios.[
(véase el Apéndice)
]
Hasta ahora se ha solido considerar a los predicadores de las
verdades del mensaje del tercer ángel como meros alarmistas. Sus
predicciones de que la intolerancia religiosa adquiriría dominio en
los Estados Unidos de Norteamérica, de que la iglesia y el estado se
unirían en ese país para perseguir a los observadores de los manda-
mientos de Dios, han sido declaradas absurdas y sin fundamento. Se
ha declarado osadamente que ese país no podría jamás dejar de ser
lo que ha sido: el defensor de la libertad religiosa. Pero, a medida
que se va agitando más ampliamente la cuestión de la observancia
obligatoria del domingo, se ve acercarse la realización del acon-
tecimiento hasta ahora tenido por inverosímil, y el tercer mensaje
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producirá un efecto que no habría podido producir antes.
En cada generación Dios envió siervos suyos para reprobar el
pecado tanto en el mundo como en la iglesia. Pero los hombres
desean que se les digan cosas agradables, y no gustan de la verdad
clara y pura. Muchos reformadores, al principiar su obra, resolvieron
proceder con gran prudencia al atacar los pecados de la iglesia
y de la nación. Esperaban que mediante el ejemplo de una vida
cristiana y pura, llevarían de nuevo al pueblo a las doctrinas de
la Biblia. Pero el Espíritu de Dios vino sobre ellos como había
venido sobre Ellas, impeliéndole a censurar los pecados de un rey
malvado y de un pueblo apóstata; no pudieron dejar de proclamar
las declaraciones terminantes de la Biblia que habían titubeado en
presentar. Se vieron forzados a declarar diligentemente la verdad
y señalar los peligros que amenazaban a las almas. Sin temer las
consecuencias, pronunciaban las palabras que el Señor les ponía en
la boca, y el pueblo se veía constreñido a oír la amonestación.