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El Conflicto de los Siglos
de su nombre.” Con el Cordero en el monte de Sión, “teniendo las
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arpas de Dios,” están en pie los ciento cuarenta y cuatro mil que
fueron redimidos de entre los hombres; se oye una voz, como el
estruendo de muchas aguas y como el estruendo de un gran trueno,
“una voz de tañedores de arpas que tañían con sus arpas.” Cantan
“un cántico nuevo” delante del trono, un cántico que nadie podía
aprender sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil. Es el cántico
de Moisés y del Cordero, un canto de liberación. Ninguno sino los
ciento cuarenta y cuatro mil pueden aprender aquel cántico, pues
es el cántico de su experiencia—una experiencia que ninguna otra
compañía ha conocido jamás. Son “éstos, los que siguen al Cordero
por donde quiera que fuere.” Habiendo sido trasladados de la tierra,
de entre los vivos, son contados por “primicias para Dios y para el
Cordero.”
Apocalipsis 15:2, 3
;
14:1-5
. “Estos son los que han venido
de grande tribulación;” han pasado por el tiempo de angustia cual
nunca ha sido desde que ha habido nación; han sentido la angustia
del tiempo de la aflicción de Jacob; han estado sin intercesor durante
el derramamiento final de los juicios de Dios. Pero han sido librados,
pues “han lavado sus ropas, y las han blanqueado en la sangre
del Cordero.” “En sus bocas no ha sido hallado engaño; están sin
mácula” delante de Dios. “Por esto están delante del trono de Dios,
y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el
trono tenderá su pabellón sobre ellos.”
Apocalipsis 7:14, 15
. Han
visto la tierra asolada con hambre y pestilencia, al sol que tenía el
poder de quemar a los hombres con un intenso calor, y ellos mismos
han soportado padecimientos, hambre y sed. Pero “no tendrán más
hambre, ni sed, y el sol no caerá sobre ellos, ni otro ningún calor.
Porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los
guiará a fuentes vivas de aguas: y Dios limpiará toda lágrima de los
ojos de ellos.”
Apocalipsis 7:14-17
.
En todo tiempo, los elegidos del Señor fueron educados y dis-
ciplinados en la escuela de la prueba. Anduvieron en los senderos
angostos de la tierra; fueron purificados en el horno de la aflic-
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ción. Por causa de Jesús sufrieron oposición, odio y calumnias. Le
siguieron a través de luchas dolorosas; se negaron a sí mismos y
experimentaron amargos desengaños. Por su propia dolorosa expe-
riencia conocieron los males del pecado, su poder, la culpabilidad
que entraña y su maldición; y lo miran con horror. Al darse cuenta