La liberación del pueblo de Dios
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de la magnitud del sacrificio hecho para curarlo, se sienten humi-
llados ante sí mismos, y sus corazones se llenan de una gratitud
y alabanza que no pueden apreciar los que nunca cayeron. Aman
mucho porque se les ha perdonado mucho. Habiendo participado
de los sufrimientos de Cristo, están en condición de participar de su
gloria.
Los herederos de Dios han venido de buhardillas, chozas, cár-
celes, cadalsos, montañas, desiertos, cuevas de la tierra, y de las
cavernas del mar. En la tierra fueron “pobres, angustiados, maltra-
tados.” Millones bajaron a la tumba cargados de infamia, porque
se negaron terminantemente a ceder a las pretensiones engañosas
de Satanás. Los tribunales humanos los sentenciaron como a los
más viles criminales. Pero ahora “Dios es el juez.”
Salmos 50:6
.
Ahora los fallos de la tierra son invertidos. “Quitará la afrenta de su
pueblo.”
Isaías 25:8
. “Y llamarles han Pueblo Santo, Redimidos de
Jehová.” El ha dispuesto “darles gloria en lugar de ceniza, óleo de
gozo en lugar del luto, manto de alegría en lugar del espíritu angus-
tiado.”
Isaías 62:12
;
61:3
. Ya no seguirán siendo débiles, afligidos,
dispersos y oprimidos. De aquí en adelante estarán siempre con el
Señor. Están ante el trono, más ricamente vestidos que jamás lo
fueron los personajes más honrados de la tierra. Están coronados
con diademas más gloriosas que las que jamás ciñeron los monarcas
de la tierra. Pasaron para siempre los días de sufrimiento y llanto.
El Rey de gloria ha secado las lágrimas de todos los semblantes;
toda causa de pesar ha sido alejada. Mientras agitan las palmas,
dejan oír un canto de alabanza, claro, dulce y armonioso; cada voz
se une a la melodía, hasta que entre las bóvedas del cielo repercute
el clamor: “Salvación a nuestro Dios que está sentado sobre el trono,
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y al Cordero.” “Amén: La bendición y la gloria y la sabiduría, y
la acción de gracias y la honra y la potencia y la fortaleza, sean a
nuestro Dios para siempre jamás.”
Apocalipsis 7:10, 12
.
En esta vida, podemos apenas empezar a comprender el tema ma-
ravilloso de la redención. Con nuestra inteligencia limitada podemos
considerar con todo fervor la ignominia y la gloria, la vida y la muer-
te, la justicia y la misericordia que se tocan en la cruz; pero ni con la
mayor tensión de nuestras facultades mentales llegamos a compren-
der todo su significado. La largura y anchura, la profundidad y altura
del amor redentor se comprenden tan sólo confusamente. El plan de