El fin del conflicto
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Entonces Satanás se prepara para la última tremenda lucha por
la supremacía. Mientras estaba despojado de su poder e imposibi-
litado para hacer su obra de engaño, el príncipe del mal se sentía
abatido y desgraciado; pero cuando resucitan los impíos y ve las
grandes multitudes que tiene al lado suyo, sus esperanzas reviven y
resuelve no rendirse en el gran conflicto. Alistará bajo su bandera
a todos los ejército;; de los perdidos y por medio de ellos tratará
de ejecutar sus planes. Los impíos son sus cautivos. Al rechazar a
Cristo aceptaron la autoridad del jefe de los rebeldes. Están listos
para aceptar sus sugestiones y ejecutar sus órdenes. No obstante, fiel
a su antigua astucia, no se da por Satanás. Pretende ser el príncipe
que tiene derecho a la posesión de la tierra y cuya herencia le ha sido
arrebatada injustamente. Se presenta ante sus súbditos engañados
como redentor, asegurándoles que su poder los ha sacado de sus
tumbas y que está a punto de librarlos de la más cruel tiranía. Ha-
biendo desaparecido Cristo, Satanás obra milagros para sostener sus
pretensiones. Fortalece a los débiles y a todos les infunde su propio
espíritu y energía. Propone dirigirlos contra el real de los santos y
tomar posesión de la ciudad de Dios. En un arrebato belicoso señala
los innumerables millones que han sido resucitados de entre los
muertos, y declara que como jefe de ellos es muy capaz de destruir
la ciudad y recuperar su trono y su reino.
Entre aquella inmensa muchedumbre se cuentan numerosos re-
presentantes de la raza longeva que existía antes del diluvio; hombres
de estatura elevada y de capacidad intelectual gigantesca, que ha-
biendo cedido al dominio de los ángeles caídos, consagraron toda su
habilidad y todos sus conocimientos a la exaltación de sí mismos;
hombres cuyas obras artísticas maravillosas hicieron que el mundo
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idolatrase su genio, pero cuya crueldad y malos ardides mancillaron
la tierra y borraron la imagen de Dios, de suerte que el Creador
los hubo de raer de la superficie de la tierra. Allí hay reyes y ge-
nerales que conquistaron naciones, hombres valientes que nunca
perdieron una batalla, guerreros soberbios y ambiciosos cuya venida
hacía temblar reinos. La muerte no los cambió. Al salir de la tumba,
reasumen el curso de sus pensamientos en el punto mismo en que lo
dejaran. Se levantan animados por el mismo deseo de conquista que
los dominaba cuando cayeron.