Página 75 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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Fieles portaantorchas
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y más al probar la sangre, así se enardecía la saña de los siervos
del papa con los sufrimientos de sus víctimas. A muchos de estos
testigos de la fe pura se les perseguía por las montañas y se les cazaba
por los valles donde estaban escondidos, entre bosques espesos y
cumbres roqueñas.
Ningún cargo se le podía hacer al carácter moral de esta gente
proscrita. Sus mismos enemigos la tenían por gente pacífica, sose-
gada y piadosa. Su gran crimen consistía en que no querían adorar
a Dios conforme a la voluntad del papa. Y por este crimen se les
infligía todos los ultrajes, humillaciones y torturas que los hombres
o los demonios podían inventar.
Una vez que Roma resolvió exterminar la secta odiada, el papa
expidió una bula en que condenaba a sus miembros como herejes y
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los entregaba a la matanza.
(Véase el Apéndice.)
No se les acusaba
de holgazanes, ni de deshonestos, ni de desordenados, pero se declaró
que tenían una apariencia de piedad y santidad que seducía “a las
ovejas del verdadero rebaño.” Por lo tanto el papa ordenó que si
“la maligna y abominable secta de malvados,” rehusaba abjurar,
“fuese aplastada como serpiente venenosa.” (Wylie, lib. 16, cap. 1.)
¿Esperaba este altivo potentado tener que hacer frente otra vez a
estas palabras? ¿ Sabría que se hallaban archivadas en los libros del
cielo para confundirle en el día del juicio? “En cuanto lo hicisteis a
uno de los más pequeños de éstos mis hermanos—dijo Jesús,—a mí
lo hicisteis.”
Mateo 25:40 (VM)
.
En aquella bula se convocaba a todos los miembros de la igle-
sia a participar en una cruzada contra los herejes. Como incentivo
para persuadirlos a que tomaran parte en tan despiadada empresa,
“absolvía de toda pena o penalidad eclesiástica, tanto general como
particular, a todos los que se unieran a la cruzada, quedando de
hecho libres de cualquier juramento que hubieran prestado; decla-
raba legítimos sus títulos sobre cualquiera propiedad que hubieran
adquirido ilegalmente, y prometía la remisión de todos sus pecados
a aquellos que mataran a cualquier hereje. Anulaba todo contrato
hecho en favor de los valdenses; ordenaba a los criados de éstos
que los abandonasen; prohibía a todos que les prestasen ayuda de
cualquiera clase y los autorizaba para tomar posesión de sus propie-
dades.” (Wylie, lib. 16, cap. 1.) Este documento muestra a las claras