Página 81 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El lucero de la reforma
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de los que las retenían. No obstante su voto de pobreza, la riqueza
de los frailes iba en constante aumento, y sus magníficos edificios
y sus mesas suntuosas hacían resaltar más la creciente pobreza de
la nación. Y mientras que ellos dedicaban su tiempo al fausto y
los placeres, mandaban en su lugar a hombres ignorantes, que sólo
podían relatar cuentos maravillosos, leyendas y chistes, para divertir
al pueblo y hacerle cada vez más víctima de los engaños de los
monjes. A pesar de todo esto, los tales seguían ejerciendo dominio
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sobre las muchedumbres supersticiosas y haciéndoles creer que
todos sus deberes religiosos se reducían a reconocer la supremacía
del papa, adorar a los santos y hacer donativos a los monjes, y que
esto era suficiente para asegurarles un lugar en el cielo.
Hombres instruídos y piadosos se habían esforzado en vano
por realizar una reforma en estas órdenes monásticas; pero Wiclef,
que tenía más perspicacidad, asestó sus golpes a la raíz del mal,
declarando que de por sí el sistema era malo y que debería ser
suprimido. Se suscitaron discusiones e investigaciones. Mientras los
monjes atravesaban el país vendiendo indulgencias del papa, muchos
había que dudaban de la posibilidad de que el perdón se pudiera
comprar con dinero, y se preguntaban si no sería más razonable
buscar el perdón de Dios antes que el del pontífice de Roma.
(Véase
el Apéndice.)
No pocos se alarmaban al ver la rapacidad de los frailes
cuya codicia parecía insaciable. “Los monjes y sacerdotes de Roma,”
decían ellos, “nos roen como el cáncer. Dios tiene que librarnos o
el pueblo perecerá.”—D’Aubigné, lib. 17, cap. 7. Para disimular
su avaricia estos monjes mendicantes aseveraban seguir el ejemplo
del Salvador, y declaraban que Jesús y sus discípulos habían sido
sostenidos por la caridad de la gente. Este aserto perjudicó su causa,
porque indujo a muchos a investigar la verdad en la Biblia, que era
lo que menos deseaba Roma, pues los intelectos humanos eran así
dirigidos a la fuente de la verdad que ella trataba de ocultarles.
Wiclef empezó a publicar folletos contra los frailes, no tanto para
provocarlos a discutir con él como para llamar la atención de la
gente hacia las enseñanzas de la Biblia y hacia su Autor. Declaró
que el poder de perdonar o de excomulgar no le había sido otorgado
al papa en grado mayor que a los simples sacerdotes, y que nadie
podía ser verdaderamente excomulgado mientras no hubiese primero
atraído sobre sí la condenación de Dios. Y en verdad que Wiclef no