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El Conflicto de los Siglos
trabajo fuera mirado con menosprecio. La juventud se desmoralizaba
y cundía en ella la corrupción. Debido a la influencia de los frailes,
muchos eran inducidos a entrar en el claustro y consagrarse a la vida
monástica, y esto no sólo sin contar con el consentimiento de los
padres, sino aun sin que éstos lo supieran, o en abierta oposición con
su voluntad. Con el fin de establecer la primacía de la vida conventual
sobre las obligaciones y los lazos del amor a los padres, uno de los
primeros padres de la iglesia romana había hecho esta declaración:
“Aunque tu padre se postrase en tierra ante tu puerta, llorando y
lamentándose, y aunque tu madre te enseñase el seno en que te
trajo y los pechos que te amamantaron, deberías hollarlos y seguir
tu camino hacia Cristo sin vacilaciones.” Con esta “monstruosa
inhumanidad,” como la llamó Lutero más tarde, “más propia de
lobos o de tiranos que de cristianos y del hombre,” se endurecían
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los sentimientos de los hijos para con sus padres.—Barnas Sears,
The Life of Luther,
págs. 70, 69. Así los caudillos papales, como
antaño los fariseos, anulaban el mandamiento de Dios mediante
sus tradiciones y los hogares eran desolados, viéndose privados los
padres de la compañía de sus hijos e hijas.
Aun los mismos estudiantes de las universidades eran engañados
por las falsas representaciones de los monjes e inducidos a incorpo-
rarse en sus órdenes. Muchos se arrepentían luego de haber dado
este paso, al echar de ver que marchitaban su propia vida y ocasio-
naban congojas a sus padres; pero, una vez cogidos en la trampa,
les era imposible recuperar la libertad. Muchos padres, temiendo la
influencia de los monjes, rehusaban enviar a sus hijos a las universi-
dades, y disminuyó notablemente el número de alumnos que asistían
a los grandes centros de enseñanza; así decayeron estos planteles y
prevaleció la ignorancia.
El papa había dado a los monjes facultad de oír confesiones y de
otorgar absolución, cosa que se convirtió en mal incalculable. En su
afán por incrementar sus ganancias, los frailes estaban tan dispuestos
a conceder la absolución al culpable, que toda clase de criminales
se acercaba a ellos, y se notó en consecuencia, un gran desarrollo
de los vicios más perniciosos. Dejábase padecer a los enfermos y
a los pobres, en tanto que los donativos que pudieran aliviar sus
necesidades eran depositados a los pies de los monjes, quienes con
amenazas exigían las limosnas del pueblo y denunciaban la impiedad