Página 99 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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Dos héroes de la edad media
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papas con arrojarse recíprocamente violentos anatemas, decidieron
recurrir a las armas temporales. Cada uno se propuso hacer acopio de
armamentos y reclutar soldados. Por supuesto, necesitaban dinero,
y para proporcionárselo, todos los dones, oficios y beneficios de la
iglesia fueron puestos en venta.
(Véase el Apéndice.)
Asimismo los
sacerdotes, imitando a sus superiores, apelaron a la simonía y a la
guerra para humillar a sus rivales y para aumentar su poderío. Con
una intrepidez que iba cada día en aumento, protestó Hus enérgica-
mente contra las abominaciones que se toleraban en nombre de la
religión, y el pueblo acusó abiertamente a los jefes papales de ser
causantes de las miserias que oprimían a la cristiandad.
La ciudad de Praga se vió nuevamente amenazada por un con-
flicto sangriento. Como en los tiempos antiguos, el siervo de Dios
fué acusado de ser el “perturbador de Israel.”
1 Reyes 18:17 (VM)
.
La ciudad fué puesta por segunda vez en entredicho, y Hus se retiró
a su pueblo natal. Terminó el testimonio que había dado él tan fiel-
mente en su querida capilla de Belén, y ahora iba a hablar al mundo
cristiano desde un escenario más extenso antes de rendir su vida
como último homenaje a la verdad.
Con el propósito de contener los males que asolaban a Europa,
fué convocado un concilio general que debía celebrarse en Constan-
za. Esta cita fué preparada, a solicitud del emperador Segismundo,
por Juan XXIII, uno de los tres papas rivales. El deseo de reunir
un concilio distaba mucho de ser del agrado del papa Juan, cuyo
carácter y política poco se prestaban a una investigación aun cuando
ésta fuera hecha por prelados de tan escasa moralidad como lo eran
los eclesiásticos de aquellos tiempos. Pero no pudo, sin embargo,
oponerse a la voluntad de Segismundo.
(Véase el Apéndice.)
Los fines principales que debía procurar el concilio eran poner fin
al cisma de la iglesia y arrancar de raíz la herejía. En consecuencia
los dos antipapas fueron citados a comparecer ante la asamblea, y
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con ellos Juan Hus, el principal propagador de las nuevas ideas. Los
dos primeros, considerando que había peligro en presentarse, no lo
hicieron, sino que mandaron sus delegados. El papa Juan, aun cuando
era quien ostensiblemente había convocado el concilio, acudió con
mucho recelo, sospechando la intención secreta del emperador de
destituirle, y temiendo ser llamado a cuentas por los vicios con que
había desprestigiado la tiara y por los crímenes de que se había valido