Página 17 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

Basic HTML Version

Las bienaventuranzas
Este capítulo está basado en Mateo 5:1-16, 48 y 19:3-9.
“Abriendo su boca, les enseñaba, diciendo: bienaventurados los
pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.
Estas palabras resonaron en los oídos de la muchedumbre como
algo desconocido y nuevo. Tal enseñanza era opuesta a cuanto habían
oído del sacerdote o el rabino. En ella no podían notar nada que
alentase el orgullo ni estimulase sus esperanzas ambiciosas, pero
este nuevo Maestro poseía un poder que los dejaba atónitos. La
dulzura del amor divino brotaba de su misma presencia como la
fragancia de una flor. Sus palabras descendían “como la lluvia sobre
la hierba cortada; como el rocío que destila sobre la tierra”
Todos
comprendían que estaban frente a Uno que leía los secretos del alma,
aunque se acercaba a ellos con tierna compasión. Sus corazones
se abrían a él, y mientras escuchaban, el Espíritu Santo les reveló
algo del significado de la lección que tanto necesitó aprender la
humanidad en todos los siglos.
En tiempos de Cristo los dirigentes religiosos del pueblo se con-
sideraban ricos en tesoros espirituales. La oración del fariseo: “Dios,
te doy gracias porque no soy como los otros hombres”, expresa-
ba el sentimiento de su clase y, en gran parte, de la nación entera.
[12]
Sin embargo, en la multitud que rodeaba a Jesús había algunos que
sentían su pobreza espiritual. Cuando el poder divino de Cristo se
reveló en la pesca milagrosa, Pedro se echó a los pies del Salvador,
exclamando: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”;
así también en la muchedumbre congregada en el monte había in-
dividuos acerca de cada uno de los cuales se podía decir que, en
presencia de la pureza de Cristo, se sentía “desventurado, miserable,
pobre, ciego y desnudo”. Anhelaban “la gracia de Dios, la cual trae
salvación”
Las primeras palabras de Cristo despertaron esperanzas
13