Página 18 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El Discurso Maestro de Jesucristo
en estas almas, y ellas percibieron la bendición de Dios en su propia
vida.
A los que habían razonado: “Yo soy rico, y me he enriquecido, y
de ninguna cosa tengo necesidad”, Jesús presentó la copa de ben-
dición, mas rehusaron con desprecio el don que se les ofrecía tan
generosamente. El que se cree sano, el que se considera razonable-
mente bueno y está satisfecho de su condición, no procura participar
de la gracia y justicia de Cristo. El orgullo no siente necesidad y
cierra la puerta del corazón para no recibir a Cristo ni las bendi-
ciones infinitas que él vino a dar. Jesús no encuentra albergue en
el corazón de tal persona. Los que en su propia opinión son ricos
y honrados, no piden con fe la bendición de Dios ni la reciben. Se
creen saciados, y por eso se retiran vacíos. Los que comprenden bien
que les es imposible salvarse y que por sí mismos no pueden hacer
ningún acto justo son los que aprecian la ayuda que les ofrece Cristo.
Estos son los pobres en espíritu, a quienes él llama bienaventurados.
Primeramente, Cristo produce contrición en quien perdona, y es obra
del Espíritu Santo convencer de pecado. Aquellos cuyos corazones
han sido conmovidos por el convincente Espíritu de Dios reconocen
que en sí mismos no tienen ninguna cosa buena. Saben que todo lo
que han hecho está entretejido con egoísmo y pecado. Así como el
publicano, se detienen a la distancia sin atreverse a alzar los ojos al
cielo, y claman: “Dios, sé propicio a mí, pecador”. Ellos reciben la
bendición. Hay perdón para los arrepentidos, porque Cristo es “el
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Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Esta es la promesa
de Dios: “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve
serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a
ser como blanca lana”. “Os daré corazón nuevo... Y pondré dentro
de vosotros mi Espíritu”
Refiriéndose a los pobres de espíritu, Jesús dice: “De ellos es
el reino de Dios”. Dicho reino no es, como habían esperado los
oyentes de Cristo, un gobierno temporal y terrenal. Cristo abría ante
los hombres las puertas del reino espiritual de su amor, su gracia
y su justicia. El estandarte del reino del Mesías se diferencia de
otras enseñas, porque nos revela la semejanza espiritual del Hijo del
hombre. Sus súbditos son los pobres de espíritu, los mansos y los
que padecen persecución por causa de la justicia. De ellos es el reino
de los cielos. Si bien aún no ha terminado, en ellos se ha iniciado la