Página 45 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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La espiritualidad de la ley
Este capítulo está basado en Mateo 5:17-48 y 19:3-9.
“No he venido para abrogar, sino para cumplir”.
Fue Cristo quien, en medio del trueno y el fuego, proclamó la
ley en el monte Sinaí. Como llama devoradora, la gloria de Dios
descendió sobre la cumbre y la montaña tembló por la presencia
del Señor. Las huestes de Israel, prosternadas sobre la tierra, habían
escuchado, presas de pavor, los preceptos sagrados de la ley. ¡Qué
contraste con la escena en el monte de las bienaventuranzas! Bajo el
cielo estival, cuyo silencio se veía turbado solamente por el gorjear
de los pajarillos, presentó Jesús los principios de su reino. Empero
Aquel que habló al pueblo ese día en palabras de amor les explicó
los principios de la ley proclamada en el Sinaí.
Cuando se dictó la ley, Israel, degradado por los muchos años de
servidumbre en Egipto, necesitaba ser impresionado por el poder y
la majestad de Dios. No obstante, él se le reveló también como Dios
amoroso.
“Jehová vino de Sinaí,
y de Seir les esclareció;
resplandeció desde el monte de Parán,
y vino de entre diez millares de santos,
con la ley de fuego a su mano derecha.
Aun amó a su pueblo;
todos los consagrados a él estaban en su mano;
por tanto, ellos siguieron en tus pasos,
recibiendo dirección de ti”
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Fue a Moisés a quien Dios reveló su gloria en estas palabras
maravillosas que han sido el legado precioso de los siglos: “¡Jehová!
¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande
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