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El Discurso Maestro de Jesucristo
Las condiciones para obtener la vida eterna, bajo la gracia, son
exactamente las mismas que existían en Edén: una justicia perfecta,
armonía con Dios y completa conformidad con los principios de su
ley. La norma de carácter presentada en el Antiguo Testamento es la
misma que se presenta en el Nuevo Testamento. No es una medida
o norma que no podamos alcanzar. Cada mandato o precepto que
Dios da tiene como base la promesa más positiva. Dios ha provisto
los elementos para que podamos llegar a ser semejantes a él, y lo
realizará en favor de todos aquellos que no interpongan una voluntad
perversa y frustren así su gracia.
Dios nos amó con amor indecible, y nuestro amor hacia él au-
menta a medida que comprendemos algo de la largura, la anchura, la
profundidad y la altura de este amor que excede todo conocimiento.
Por la revelación del encanto atractivo de Cristo, por el conocimiento
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de su amor expresado hacia nosotros cuando aún éramos pecadores,
el corazón obstinado se ablanda y se somete, y el pecador se trans-
forma y llega a ser hijo del cielo. Dios no utiliza medidas coercitivas;
el agente que emplea para expulsar el pecado del corazón es el amor.
Mediante él, convierte el orgullo en humildad, y la enemistad y la
incredulidad, en amor y fe.
Los judíos habían luchado afanosamente para alcanzar la per-
fección por sus propios esfuerzos, y habían fracasado. Ya les había
dicho Cristo que la justicia de ellos no podría entrar en el reino de
los cielos. Ahora les señala el carácter de la justicia que deberán
poseer todos los que entren en el cielo. En todo el Sermón del Monte
describe los frutos de esta justicia, y ahora en una breve expresión
señala su origen y su naturaleza: Sed perfectos como Dios es per-
fecto. La ley no es más que una transcripción del carácter de Dios.
Contemplad en vuestro Padre celestial una manifestación perfecta
de los principios que constituyen el fundamento de su gobierno.
Dios es amor. Como los rayos de la luz del sol, el amor, la luz y el
gozo fluyen de él hacia todas sus criaturas. Su naturaleza es dar. La
misma vida de Dios es la manifestación del amor abnegado. Nos pide
que seamos perfectos como él, es decir, de igual manera. Debemos
ser centros de luz y bendición para nuestro reducido círculo así como
él lo es para el universo. No poseemos nada por nosotros mismos,
pero la luz del amor brilla sobre nosotros y hemos de reflejar su