La espiritualidad de la ley
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y el invierno, el tiempo de sembrar y de recoger, el día y la noche
se sigan uno a otro en sucesión regular. Es por su palabra como
florece la vegetación, y como aparecen las hojas y las flores llenas
de lozanía. Todo lo bueno que tenemos, cada rayo del sol y cada
lluvia, cada bocado de alimento, cada momento de la vida, es un
regalo de amor.
Cuando nuestro carácter no conocía el amor y éramos “aborre-
cibles” y nos aborrecíamos “unos a otros”, nuestro Padre celestial
tuvo compasión de nosotros. “Cuando se manifestó la bondad de
Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó,
no por obras de justicia que nosotros habíamos hecho, sino por su
misericordia”
Si recibimos su amor, nos hará igualmente tiernos
y bondadosos, no sólo con quienes nos agradan, sino también con
los más defectuosos, errantes y pecaminosos.
Los hijos de Dios son aquellos que participan de su naturaleza.
No es la posición mundanal, ni el nacimiento, ni la nacionalidad, ni
los privilegios religiosos, lo que prueba que somos miembros de la
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familia de Dios; es el amor, un amor que abarca a toda la humanidad.
Aun los pecadores cuyos corazones no estén herméticamente cerra-
dos al Espíritu de Dios responden a la bondad. Así como pueden
responder al odio con el odio, también corresponderán al amor con
el amor. Solamente el Espíritu de Dios devuelve el amor por odio.
El ser bondadoso con los ingratos y los malos, el hacer lo bueno sin
esperar recompensa, es la insignia de la realeza del cielo, la señal
segura mediante la cual los hijos del Altísimo revelan su elevada
vocación.
“Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro padre que está en
los cielos es perfecto”.
La palabra “pues” implica una conclusión, una deducción que
surge de lo que ha precedido. Jesús acaba de describir a sus oyentes
la misericordia y el amor inagotables de Dios, y por lo tanto les
ordena ser perfectos. Porque vuestro Padre celestial “es benigno para
con los ingratos y malos”
pues se ha inclinado para elevarnos; por
eso, dice Jesús, podéis llegar a ser semejantes a él en carácter y estar
en pie sin defecto en la presencia de los hombres y los ángeles.