Página 64 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El Discurso Maestro de Jesucristo
entre sí; pero ahora Jesús pronunció una declaración aún más cate-
górica:
“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu
enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a
los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por
los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro
Padre que está en los cielos”.
Tal era el espíritu de la ley que los rabinos habían interpretado
erróneamente como un código frío de demandas rígidas. Se creían
mejores que los demás hombres y se consideraban con derecho
al favor especial de Dios por haber nacido israelitas; pero Jesús
señaló que únicamente un espíritu de amor misericordioso podría
dar evidencia de que estaban animados por motivos más elevados
que los publicanos y los pecadores, a quienes aborrecían.
Señaló Jesús a sus oyentes al Gobernante del universo bajo un
nuevo nombre: “Padre nuestro”. Quería que entendieran con cuánta
ternura el corazón de Dios anhelaba recibirlos. Enseñó que Dios se
interesa por cada alma perdida; que “como el padre se compadece de
los hijos, se compadece Jehová de los que le temen”
Ninguna otra
religión que la de la Biblia presentó jamás al mundo tal concepto de
Dios. El paganismo enseña a los hombres a mirar al Ser Supremo
como objeto de temor antes que de amor, como una deidad maligna
a la que es preciso aplacar con sacrificios, en vez de un Padre que
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vierte sobre sus hijos el don de su amor. Aun el pueblo de Israel había
llegado a estar tan ciego a la enseñanza preciosa de los profetas con
referencia a Dios, que esta revelación de su amor paternal parecía
un tema original, un nuevo don al mundo.
Los judíos creían que Dios amaba a los que le servían—los
cuales eran, en su opinión, quienes cumplían las exigencias de los
rabinos—y que todo el resto del mundo vivía bajo su desaprobación
y maldición. Pero no es así, dijo Jesús; el mundo entero, los malos y
los buenos, reciben el sol de su amor. Esta verdad debierais haberla
aprendido de la misma naturaleza, porque Dios “hace salir su sol
sobre malos y buenos, y... hace llover sobre justos e injustos”.
No es por un poder inherente por lo que año tras año produce la
tierra sus frutos y sigue en su derrotero alrededor del sol. La mano
de Dios guía a los planetas y los mantiene en posición en su marcha
ordenada a través de los cielos. Es su poder el que hace que el verano