Página 83 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El verdadero motivo del servicio
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placer alguno que pueda impedir el desarrollo de su justicia en
nuestro carácter y en nuestra vida. Cuanto hagamos debe hacerse
sinceramente, como para el Señor.
Mientras vivió en la tierra, Jesús dignificó la vida en todos sus
detalles al recordar a los hombres la gloria de Dios y someterlo todo
a la voluntad de su Padre. Si seguimos su ejemplo, nos asegura que
todas las cosas necesarias nos “serán añadidas”. Pobreza o riqueza,
enfermedad o salud, simpleza o sabiduría, todo queda atendido en la
promesa de su gracia.
El brazo eterno de Dios rodea al alma que, por débil que sea,
se vuelve a él buscando ayuda. Las cosas preciosas de los collados
perecerán; pero el alma que vive para Dios permanecerá con él. “El
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mundo pasa, y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios per-
manece para siempre”. La ciudad de Dios abrirá sus puertas de oro
para recibir a aquel que durante su permanencia en la tierra aprendió
a confiar en Dios para obtener dirección y sabiduría, consuelo y
esperanza, en medio de las pérdidas y las penas. Los cantos de los
ángeles le darán la bienvenida allá, y para él dará frutos el árbol de la
vida. “Los montes se moverán, y los collados temblarán, pero no se
apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz se quebrantará,
dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti”
“No os afanéis por el día de mañana... basta a cada día su propio
mal”.
Si os habéis entregado a Dios, para hacer su obra—dice Jesús—,
no os preocupéis por el día de mañana. Aquel a quien servís percibe
el fin desde el principio. Lo que sucederá mañana, aunque esté oculto
a vuestros ojos, es claro para el ojo del Omnipotente.
Cuando nosotros mismos nos encargamos de manejar las cosas
que nos conciernen, confiando en nuestra propia sabiduría para salir
airosos, asumimos una carga que él no nos ha dado, y tratamos de
llevarla sin su ayuda. Nos imponemos la responsabilidad que perte-
nece a Dios y así nos colocamos en su lugar. Con razón podemos
entonces sentir ansiedad y esperar peligros y pérdidas, que segura-
mente nos sobrevendrán. Cuando creamos realmente que Dios nos
ama y quiere ayudarnos, dejaremos de acongojarnos por el futuro.
Confiaremos en Dios así como un niño confía en un padre amante.