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El Discurso Maestro de Jesucristo
El Salvador no nos limita, sin embargo, al uso de estas palabras
exactas. Como ligado a la humanidad, presenta su propio ideal
de la oración en palabras tan sencillas que aun un niñito puede
adoptarlas pero, al mismo tiempo, tan amplias que ni las mentes
más privilegiadas podrán comprender alguna vez su significado
completo. Nos enseña a allegarnos a Dios con nuestro tributo de
agradecimiento, expresarle nuestras necesidades, confesar nuestros
pecados y pedir su misericordia conforme a su promesa.
“Cuando oréis, decid: padre nuestro”.
Jesús nos enseña a llamar a su Padre, nuestro Padre. No se
avergüenza de llamarnos hermanos
Tan dispuesto, y ansioso, está
el corazón del Salvador a recibirnos como miembros de la familia
de Dios, que desde las primeras palabras que debemos emplear para
acercarnos a Dios él expresa la seguridad de nuestra relación divina:
“Padre nuestro”.
Aquí se enuncia la verdad maravillosa, tan alentadora y consola-
dora de que Dios nos ama como ama a su Hijo. Es lo que dijo Jesús
en su postrera oración en favor de sus discípulos: “Los has amado a
ellos como también a mí me has amado”
El Hijo de Dios circundó de amor este mundo que Satanás recla-
maba como suyo y gobernaba con tiranía cruel, y lo ligó de nuevo
al trono de Jehová mediante una proeza inmensa. Los querubines,
serafines y las huestes innumerables de todos los mundos no caídos
entonaron himnos de loor a Dios y al Cordero cuando su victori
quedó asegurada. Se alegraron de que el camino a la salvación se
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hubiera abierto al género humano pecaminoso y porque la tierra
iba a ser redimida de la maldición del pecado. ¡Cuánto más deben
regocijarse aquellos que son objeto de tan asombroso amor!
¿Cómo podemos quedar en duda e incertidumbre y sentirnos
huérfanos? Por amor a quienes habían transgredido la ley, Jesús tomó
sobre sí la naturaleza humana; se hizo semejante a nosotros, para
que tuviéramos la paz y la seguridad eternas. Tenemos un Abogado
en los cielos, y quienquiera que lo acepte como Salvador personal,
no queda huérfano ni ha de llevar el peso de sus propios pecados.
Jesús orando con agonía de alma en Getsemaní.