Página 91 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El padrenuestro
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cuanto hay en la casa del Padre es nuestro. Se nos ofrecen todos
los tesoros de Dios, tanto en el mundo actual como en el venidero.
El ministerio de los ángeles, el don del Espíritu, las labores de los
siervos, todas estas cosas son para nosotros. El mundo, con cuanto
contiene, es nuestro en la medida en que pueda beneficiarnos. Aun
la enemistad de los malos resultará una bendición, porque nos dis-
ciplinará para entrar en los cielos. Si somos “de Cristo”, “todo” es
nuestro
Por ahora somos como hijos que aún no disfrutan de su herencia.
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Dios no nos confía nuestro precioso legado, no sea que Satanás nos
engañe con sus artificios astutos, como engañó a la primera pareja en
el Edén. Cristo lo guarda seguro para nosotros fuera del alcance del
despojador. Como hijos, recibiremos día tras día lo que necesitamos
para el presente. Diariamente debemos pedir: “El pan nuestro de
cada día, dánoslo hoy”. No nos desalentemos si no tenemos bastante
para mañana. Su promesa es segura: “Vivirás en la tierra, y en verdad
serás alimentado”. Dice David: “Joven fui, y he envejecido, y no
he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan”.
El mismo Dios que envió los cuervos para dar pan a Elías, cerca
del arroyo de Querit, no descuidará a ninguno de sus hijos fieles y
abnegados. Del que anda en la justicia se ha escrito: “Se le dará su
pan, y sus aguas serán seguras”. “No serán avergonzados en el mal
tiempo, y en los días de hambre serán saciados”. “El que no escatimó
ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no
nos dará también con él todas las cosas?” El que alivió los cuidados
y ansiedades de su madre viuda y lo ayudó a sostener la familia
en Nazaret, simpatiza con toda madre en su lucha para proveer
alimento a sus hijos. Quien se compadeció de las multitudes porque
“estaban desamparadas y dispersas”
sigue teniendo compasión de
los pobres que sufren. Les extiende la mano para bendecirlos, y en
la misma plegaria que dio a sus discípulos nos enseña a acordarnos
de los pobres.
Al orar: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, pedimos
para los demás tanto como para nosotros mismos. Reconocemos
que lo que Dios nos da no es para nosotros solos. Dios nos lo confía
para que alimentemos a los hambrientos. De su bondad ha hecho
provisión para el pobre. Dice: “Cuando hagas comida o cena, no
llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos