El padrenuestro
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amor de Dios es lo que nos atrae a él. Ese amor no puede afectar
nuestros corazones sin despertar amor hacia nuestros hermanos.
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Al terminar el Padrenuestro, añadió Jesús: “Porque si perdo-
náis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros
vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofen-
sas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”. El que
no perdona suprime el único conducto por el cual puede recibir la
misericordia de Dios. No debemos pensar que, a menos que con-
fiesen su culpa los que nos han hecho daño, tenemos razón para
no perdonarlos. Sin duda, es su deber humillar sus corazones por
el arrepentimiento y la confesión; pero hemos de tener un espíritu
compasivo hacia los que han pecado contra nosotros, confiesen o no
sus faltas. Por mucho que nos hayan ofendido, no debemos pensar
de continuo en los agravios que hemos sufrido ni compadecernos
de nosotros mismos por los daños. Así como esperamos que Dios
nos perdone nuestras ofensas, debemos perdonar a todos los que nos
han hecho mal.
Pero el perdón tiene un significado más abarcante del que mu-
chos suponen. Cuando Dios promete que “será amplio en perdonar”,
añade, como si el alcance de esa promesa fuera más de lo que
pudiéramos entender: “Porque mis pensamientos no son vuestros
pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como
son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos
que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pen-
samientos”
El perdón de Dios no es solamente un acto judicial
por el cual libra de la condenación. No es sólo el perdón
por
el
pecado. Es también una redención
del
pecado. Es la efusión del
amor redentor que transforma el corazón. David tenía el verdadero
concepto del perdón cuando oró “Crea en mí, oh Dios, un corazón
limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”. También dijo:
“Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros
nuestras rebeliones”
Dios se dio a sí mismo en Cristo por nuestros pecados. Sufrió la
muerte cruel de la cruz; llevó por nosotros el peso del pecado, “el
justo por los injustos”, para revelarnos su amor y atraernos hacia él.
“Antes—dice—sed benignos unos con otros, misericordiosos, per-
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donándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros
en Cristo”
Dejad que more en vosotros Cristo, la Vida divina, y