Página 96 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El Discurso Maestro de Jesucristo
para toda alma que se entrega a él; pero es de naturaleza tal que
ciega y engaña, y nos tentará con presentaciones lisonjeras. Si nos
aventuramos en el terreno de Satanás, no hay seguridad de que
seremos protegidos contra su poder. En cuanto sea posible debemos
cerrar todas las puertas por las cuales el tentador podría llegar hasta
nosotros.
El ruego “no nos dejes caer en tentación” es una promesa en sí
mismo. Si nos entregamos a Dios, se nos promete: “No os dejará
ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también
juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”
La única salvaguardia contra el mal consiste en que mediante la
fe en su justicia Cristo more en el corazón. La tentación tiene poder
sobre nosotros porque existe egoísmo en nuestros corazones. Pero
cuando contemplamos el gran amor de Dios, vemos el egoísmo en
su carácter horrible y repugnante, y deseamos que sea expulsado
del alma. A medida que el Espíritu Santo glorifica a Cristo, nuestro
corazón se ablanda y se somete, la tentación pierde su poder y la
gracia de Cristo transforma el carácter.
Cristo no abandonará al alma por la cual murió. Ella puede
dejarlo a él y ser vencida por la tentación; pero nunca puede apar-
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tarse Cristo de uno a quien compró con su propia vida. Si pudiera
agudizarse nuestra visión espiritual, veríamos almas oprimidas y
sobrecargadas de tristeza, a punto de morir de desaliento. Vería-
mos ángeles volando rápidamente para socorrer a estos tentados,
quienes se hallan como al borde de un precipicio. Los ángeles del
cielo rechazan las huestes del mal que rodean a estas almas, y las
guían hasta que pisen un fundamento seguro. Las batallas entre los
dos ejércitos son tan reales como las que sostienen los ejércitos del
mundo, y del resultado del conflicto espiritual dependen los destinos
eternos.
A nosotros, como a Pedro, se nos dice: “Satanás os ha pedido
para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no
falte”. Gracias a Dios, no se nos deja solos. El que “de tal manera
amó... al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”, no nos
abandonará en la lucha contra el enemigo de Dios y de los hombres.
“He aquí—dice—os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones,
y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará”