El padrenuestro
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Vivamos en contacto con el Cristo vivo, y él nos asirá firme-
mente con una mano que nos guardará para siempre. Creamos en
el amor con que Dios nos ama, y estaremos seguros; este amor es
una fortaleza inexpugnable contra todos los engaños y ataques de
Satanás. “Torre fuerte es el nombre de Jehová; a él correrá el justo,
y será levantado”
“Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria”.
La última frase del Padrenuestro, así como la primera, señala
a nuestro Padre como superior a todo poder y autoridad y a todo
nombre que se mencione. El Salvador contemplaba los años que
esperaban a los discípulos, no con el esplendor de la prosperidad
y el honor mundanos con que habían soñado, sino en la oscuridad
de las tempestades del odio humano y de la ira satánica. En medio
de la lucha y la ruina de la nación, los discípulos estarían acosados
de peligros, y a menudo el miedo oprimiría sus corazones. Habrían
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de ver a Jerusalén desolada, el templo arrasado, su culto suprimido
para siempre, e Israel esparcido por todas las tierras como náufragos
en una playa desierta. Dijo Jesús: “Oiréis de guerras y rumores de
guerras”. “Se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y
habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo
esto será principio de dolores”
A pesar de ello, los discípulos de
Cristo no debían pensar que su esperanza era vana ni que Dios había
abandonado al mundo. El poder y la gloria pertenecen a Aquel cuyos
grandes propósitos se irán cumpliendo sin impedimento hasta su
consumación. En aquella oración, que expresaba sus necesidades
diarias, la atención de los discípulos de Cristo fue dirigida, por
encima de todo el poder y el dominio del mal, hacia el Señor su
Dios, cuyo reino gobierna a todos, y quien es Padre y Amigo eterno.
La ruina de Jerusalén sería símbolo de la ruina final que abrumará
al mundo. Las profecías que se cumplieron en parte en la destrucción
de Jerusalén, se aplican más directamente a los días finales. Estamos
ahora en el umbral de acontecimientos grandes y solemnes. Nos
espera una crisis como jamás ha presenciado el mundo. Tal como
a los primeros discípulos, nos resulta dulce la segura promesa de
que el reino de Dios se levanta sobre todo. El programa de los
acontecimientos venideros está en manos de nuestro Hacedor. La