Página 128 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
El ejemplo de Cristo, al vincularse con los intereses de la hu-
manidad, debe ser seguido por todos los que predican su Palabra y
por todos los que han recibido el Evangelio de su gracia. No hemos
de renunciar a la comunión social. No debemos apartarnos de los
demás. A fin de alcanzar a todas las clases, debemos tratarlas donde
se encuentren. Rara vez nos buscarán por su propia iniciativa. No
sólo desde el púlpito han de ser los corazones humanos conmovi-
dos por la verdad divina. Hay otro campo de trabajo, más humilde
tal vez, pero tan plenamente promisorio. Se halla en el hogar de
los humildes y en la mansión de los encumbrados; junto a la mesa
hospitalaria, y en las reuniones de inocente placer social.
Como discípulos de Cristo, no nos mezclaremos con el mundo
simplemente por amor al placer, o para participar de sus locuras. Un
trato tal no puede sino traer perjuicios. Nunca debemos sancionar
el pecado por nuestras palabras o nuestros hechos, nuestro silencio
o nuestra presencia. Dondequiera que vayamos, debemos llevar a
Jesús con nosotros, y revelar a otros cuán precioso es nuestro Salva-
dor. Pero los que procuran conservar su religión ocultándola entre
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paredes pierden preciosas oportunidades de hacer bien. Mediante las
relaciones sociales, el cristianismo se pone en contacto con el mun-
do. Todo aquel que ha recibido la iluminación divina debe alumbrar
la senda de aquellos que no conocen la Luz de la vida.
Todos debemos llegar a ser testigos de Jesús. El poder social,
santificado por la gracia de Cristo, debe ser aprovechado para ganar
almas para el Salvador. Vea el mundo que no estamos egoístamente
absortos en nuestros propios intereses, sino que deseamos que otros
participen de nuestras bendiciones y privilegios. Dejémosle ver que
nuestra religión no nos hace faltos de simpatía ni exigentes. Sirvan
como Cristo sirvió, para beneficio de los hombres, todos aquellos
que profesan haberle hallado.
Nunca debemos dar al mundo la impresión falsa de que los
cristianos son un pueblo lóbrego y carente de dicha. Si nuestros ojos
están fijos en Jesús, veremos un Redentor compasivo y percibiremos
luz de su rostro. Doquiera reine su espíritu, morará la paz. Y habrá
también gozo, porque habrá una serena y santa confianza en Dios.
Los que siguen a Jesús le agradan cuando muestran que, aunque
humanos, son partícipes de la naturaleza divina. No son estatuas,
sino hombres y mujeres vivientes. Su corazón, refrigerado por los