Página 131 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

Basic HTML Version

En su templo
127
extorsión, y se había transformado en un vergonzoso tráfico, que era
fuente de renta para los sacerdotes.
Los negociantes pedían precios exorbitantes por los animales
que vendían, y compartían sus ganancias con los sacerdotes y gober-
nantes, quienes se enriquecían así a expensas del pueblo. Se había
enseñado a los adoradores a creer que si no ofrecían sacrificios, la
bendición de Dios no descansaría sobre sus hijos o sus tierras. Así
se podía obtener un precio elevado por los animales, porque después
de haber venido de tan lejos, la gente no quería volver a sus hogares
sin cumplir el acto de devoción para el cual había venido.
En ocasión de la Pascua, se ofrecía gran número de sacrificios, y
las ventas realizadas en el templo eran muy cuantiosas. La confusión
consiguiente daba la impresión de una ruidosa feria de ganado, más
bien que del sagrado templo de Dios. Podían oírse voces agudas que
regateaban, el mugido del ganado vacuno, los balidos de las ovejas,
el arrullo de las palomas, mezclado con el ruido de las monedas
y de disputas airadas. La confusión era tanta que perturbaba a los
adoradores, y las palabras dirigidas al Altísimo quedaban ahogadas
por el tumulto que invadía el templo. Los judíos eran excesivamente
orgullosos de su piedad. Se regocijaban de su templo, y consideraban
como blasfemia cualquier palabra pronunciada contra él; eran muy
rigurosos en el cumplimiento de las ceremonias relacionadas con él;
pero el amor al dinero había prevalecido sobre sus escrúpulos. Ape-
nas se daban cuenta de cuán lejos se habían apartado del propósito
original del servicio instituido por Dios mismo.
Cuando el Señor descendió sobre el monte Sinaí, ese lugar quedó
consagrado por su presencia. Moisés recibió la orden de poner
límites alrededor del monte y santificarlo, y se oyó la voz del Señor
pronunciar esta amonestación: “Guardaos, no subáis al monte, ni
toquéis a su término: cualquiera que tocare el monte, de seguro
morirá: No le tocará mano, mas será apedreado o asaeteado; sea
animal o sea hombre, no vivirá.
Así fué enseñada la lección de que
dondequiera que Dios manifieste su presencia, ese lugar es santo.
Las dependencias del templo de Dios debieran haberse considerado
sagradas. Pero en la lucha para obtener ganancias, todo esto se perdió
[130]
de vista.
Los sacerdotes y gobernantes eran llamados a ser representantes
de Dios ante la nación. Debieran haber corregido los abusos que se