Página 152 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

Basic HTML Version

148
El Deseado de Todas las Gentes
posible estorbar la obra de Cristo. Si hubiese simpatizado consigo
mismo y expresado pesar o desilusión por ser superado, habría sem-
brado semillas de disensión que habrían estimulado la envidia y los
celos, y habría impedido gravemente el progreso del Evangelio.
Juan tenía por naturaleza los defectos y las debilidades comunes
a la humanidad, pero el toque del amor divino le había transformado.
Moraba en una atmósfera que no estaba contaminada por el egoísmo
y la ambición, y lejos de los miasmas de los celos. No manifestó
simpatía alguna por el descontento de sus discípulos, sino que de-
mostró cuán claramente comprendía su relación con el Mesías, y
cuán alegremente daba la bienvenida a Aquel cuyo camino había
venido a preparar.
Dijo: “No puede el hombre recibir algo, si no le fuere dado
del cielo. Vosotros mismos me sois testigos que dije: Yo no soy el
Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la esposa,
es el esposo; mas el amigo del esposo, que está en pie y le oye,
se goza grandemente de la voz del esposo.” Juan se representó a
sí mismo como el amigo que actuaba como mensajero entre las
partes comprometidas, preparando el matrimonio. Cuando el esposo
había recibido a la esposa, la misión del amigo había terminado. Se
regocijaba en la felicidad de aquellos cuya unión había facilitado.
Así había sido llamado Juan para dirigir la gente a Jesús, y tenía el
gozo de presenciar el éxito de la obra del Salvador. Dijo: “Así pues,
este mi gozo es cumplido. A él conviene crecer, mas a mí menguar.”
Mirando con fe al Redentor, Juan se elevó a la altura de la
abnegación. No trató de atraer a los hombres a sí mismo, sino de
elevar sus pensamientos siempre más alto hasta que se fijasen en el
Cordero de Dios. El mismo había sido tan sólo una voz, un clamor
en el desierto. Ahora aceptaba con gozo el silencio y la obscuridad
a fin de que los ojos de todos pudiesen dirigirse a la Luz de la vida.
Los que son fieles a su vocación como mensajeros de Dios no
buscarán honra para sí mismos. El amor del yo desaparecerá en
el amor por Cristo. Ninguna rivalidad mancillará la preciosa causa
del Evangelio. Reconocerán que les toca proclamar como Juan el
Bautista: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
[152]
mundo.
Elevarán a Jesús, y con él la humanidad será elevada. “Así
dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es
el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y