Página 153 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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“A él conviene crecer”
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humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y
para vivificar el corazón de los quebrantados.
El alma del profeta, despojada del yo, se llenó de la luz divi-
na. Al presenciar la gloria del Salvador, sus palabras eran casi una
contraparte de aquellas que Cristo mismo había pronunciado en su
entrevista con Nicodemo. Juan dijo: “El que de arriba viene, sobre
todos es: el que es de la tierra, terreno es, y cosas terrenas habla: el
que viene del cielo, sobre todos es. ... Porque el que Dios envió, las
palabras de Dios habla: porque no da Dios el Espíritu por medida.”
Cristo podía decir: “No busco mi voluntad, mas la voluntad del que
me envió, del Padre.” De él se declara: “Has amado la justicia, y
aborrecido la maldad; por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con
óleo de alegría más que a tus compañeros.
El Padre no le da “el
Espíritu por medida.”
Así también sucede con los que siguen a Cristo. Podemos recibir
la luz del cielo únicamente en la medida en que estamos dispuestos a
ser despojados del yo. No podemos discernir el carácter de Dios, ni
aceptar a Cristo por la fe, a menos que consintamos en sujetar todo
pensamiento a la obediencia de Cristo. El Espíritu Santo se da sin
medida a todos los que hacen esto. En Cristo “reside toda la plenitud
de la Deidad corporalmente; y vosotros estáis completos en él.
Los discípulos de Juan habían declarado que todos los hombres
acudían a Cristo; pero con percepción más clara, Juan dijo: “Nadie
recibe su testimonio;” tan pocos estaban dispuestos a aceptarle como
el Salvador del pecado. Pero “aquel que ha recibido su testimonio,
ha puesto su sello a esto, que Dios es veraz.
“El que cree en el
Hijo, tiene vida eterna.” No era necesario disputar acerca de si el
bautismo de Cristo o el de Juan purificaba del pecado. Es la gracia
de Cristo la que da vida al alma. Fuera de Cristo, el bautismo, como
cualquier otro rito, es una forma sin valor. “El que es incrédulo al
Hijo, no verá la vida.”
El éxito de la obra de Cristo, que el Bautista había recibido con
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tanto gozo, fué comunicado también a las autoridades de Jerusalén.
Los sacerdotes y rabinos habían tenido celos de la influencia de
Juan al ver cómo la gente abandonaba las sinagogas y acudía al
desierto; pero he aquí que aparecía uno que tenía un poder aun
mayor para atraer a las muchedumbres. Aquellos caudillos de Israel
no estaban dispuestos a decir con Juan: “A él conviene crecer, mas a