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El Deseado de Todas las Gentes
mí menguar.” Se irguieron con nueva resolución para acabar con la
obra que apartaba de ellos al pueblo.
Jesús sabía que no escatimarían esfuerzo para crear una división
entre sus discípulos y los de Juan. Sabía que se estaba formando
la tormenta que arrebataría a uno de los mayores profetas dados al
mundo. Deseando evitar toda ocasión de mala comprensión o disen-
sión, cesó tranquilamente de trabajar y se retiró a Galilea. Nosotros
también, aunque leales a la verdad, debemos tratar de evitar todo lo
que pueda conducir a la discordia o incomprensión. Porque siempre
que estas cosas se presentan, provocan la pérdida de almas. Siempre
que se produzcan circunstancias que amenacen causar una división,
debemos seguir el ejemplo de Jesús y el de Juan el Bautista.
Juan había sido llamado a destacarse como reformador. A causa
de esto, sus discípulos corrían el peligro de fijar su atención en él,
sintiendo que el éxito de la obra dependía de sus labores y perdiendo
de vista el hecho de que era tan sólo un instrumento por medio
del cual Dios había obrado. Pero la obra de Juan no era suficiente
para echar los fundamentos de la iglesia cristiana. Cuando hubo
terminado su misión, otra obra debía ser hecha, que su testimonio
no podía realizar. Sus discípulos no comprendían esto. Cuando
vieron a Cristo venir para encargarse de la obra, sintieron celos y
desconformidad.
Existen todavía los mismos peligros. Dios llama a un hombre a
hacer cierta obra; y cuando la ha llevado hasta donde le permiten
sus cualidades, el Señor suscita a otros, para llevarla más lejos. Pero,
como los discípulos de Juan, muchos creen que el éxito depende del
primer obrero. La atención se fija en lo humano en vez de lo divino,
se infiltran los celos, y la obra de Dios queda estorbada. El que es
así honrado indebidamente se siente tentado a albergar confianza
propia. No comprende cuánto depende de Dios. Se enseña a la gente
a esperar dirección del hombre, y así caen en error y son inducidos
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a apartarse de Dios.
La obra de Dios no ha de llevar la imagen e inscripción del
hombre. De vez en cuando, el Señor introducirá diferentes agentes
por medio de los cuales su propósito podrá realizarse mejor. Biena-
venturados los que estén dispuestos a ver humillado el yo, diciendo
con Juan el Bautista: “A él conviene crecer, mas a mí menguar.”
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