Página 203 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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“¿No es éste el hijo del carpintero?”
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y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su
boca.”
Jesús estaba delante de la gente como exponente vivo de las
profecías concernientes a él mismo. Explicando las palabras que
había leído, habló del Mesías como del que había de aliviar a los
oprimidos, libertar a los cautivos, sanar a los afligidos, devolver
la vista a los ciegos y revelar al mundo la luz de la verdad. Su
actitud impresionante y el maravilloso significado de sus palabras
conmovieron a los oyentes con un poder que nunca antes habían
sentido. El flujo de la influencia divina quebrantó toda barrera; como
Moisés, contemplaban al Invisible. Mientras sus corazones estaban
movidos por el Espíritu Santo, respondieron con fervientes amenes
y alabaron al Señor.
Pero cuando Jesús anunció: “Hoy se ha cumplido esta Escritura
en vuestros oídos,” se sintieron inducidos repentinamente a pensar
en sí mismos y en los asertos de quien les dirigía la palabra. Ellos,
israelitas, hijos de Abrahán, habían sido representados como estando
en servidumbre. Se les hablaba como a presos que debían ser librados
del poder del mal; como si habitasen en tinieblas, necesitados de la
luz de la verdad. Su orgullo se ofendió, y sus recelos se despertaron.
Las palabras de Jesús indicaban que la obra que iba a hacer en su
favor era completamente diferente de lo que ellos deseaban. Tal
vez iba a investigar sus acciones con demasiado detenimiento. A
pesar de su meticulosidad en las ceremonias externas, rehuían la
inspección de aquellos ojos claros y escrutadores.
¿Quién es este Jesús? preguntaron. El que se había arrogado
la gloria del Mesías era el hijo de un carpintero, y había trabajado
en su oficio con su padre José. Le habían visto subiendo y bajando
trabajosamente por las colinas; conocían a sus hermanos y hermanas,
su vida y sus ocupaciones. Le habían visto convertirse de niño en
adolescente, y de adolescente en hombre. Aunque su vida había sido
intachable, no querían creer que fuese el Prometido.
¡Qué contraste entre su enseñanza acerca del nuevo reino y lo que
habían oído decir a su anciano rabino! Nada había dicho Jesús acerca
de librarlos de los romanos. Habían oído hablar de sus milagros, y
esperaban que su poder se ejerciese en beneficio de ellos; pero no
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habían visto indicación de semejante propósito.