El llamamiento a orillas del mar
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debía únicamente a Dios. La vida de estos hombres, el carácter que
adquirieron y la poderosa obra que Dios realizó mediante ellos, ates-
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tiguan lo que él hará por aquellos que reciban sus enseñanzas y sean
obedientes.
El que más ame a Cristo hará la mayor suma de bien. No tiene
límite la utilidad de aquel que, poniendo el yo a un lado, deja obrar
al Espíritu Santo en su corazón, y vive una vida completamente
consagrada a Dios. Con tal que los hombres estén dispuestos a
soportar la disciplina necesaria, sin quejarse ni desmayar por el
camino, Dios les enseñará hora por hora, día tras día. El anhela
revelar su gracia. Con tal que los suyos quieran quitar los obstáculos,
él derramará las aguas de salvación en raudales abundantes mediante
los conductos humanos. Si los hombres de vida humilde fuesen
estimulados a hacer todo el bien que podrían hacer, y ninguna mano
refrenadora reprimiese su celo, habría cien personas trabajando para
Cristo donde hay actualmente una sola.
Dios toma a los hombres como son, y los educa para su servicio,
si quieren entregarse a él. El Espíritu de Dios, recibido en el alma, vi-
vificará todas sus facultades. Bajo la dirección del Espíritu Santo, la
mente consagrada sin reserva a Dios, se desarrolla armoniosamente
y se fortalece para comprender y cumplir los requerimientos de Dios.
El carácter débil y vacilante se transforma en un carácter fuerte y
firme. La devoción continua establece una relación tan íntima entre
Jesús y su discípulo, que el cristiano llega a ser semejante a Cristo
en mente y carácter. Mediante su relación con Cristo, tendrá miras
más claras y más amplias. Su discernimiento será más penetrante,
su juicio mejor equilibrado. El que anhela servir a Cristo queda tan
vivificado por el poder del Sol de justicia, que puede llevar mucho
fruto para gloria de Dios.
Hombres de la más alta educación en las artes y las ciencias han
aprendido preciosas lecciones de los cristianos de vida humilde a
quienes el mundo llamaba ignorantes. Pero estos obscuros discípulos
habían obtenido su educación en la más alta de todas las escuelas:
Se habían sentado a los pies de Aquel que habló como “jamás habló
hombre alguno.
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