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El Deseado de Todas las Gentes
tenían tanta confianza en sí mismos, que no podían simpatizar con
la humanidad doliente y hacerse colaboradores con el Hombre de
Nazaret. En su intolerancia, tuvieron en poco el ser enseñados por
Cristo. El Señor Jesús busca la cooperación de los que quieran ser
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conductos limpios para la comunicación de su gracia. Lo primero
que deben aprender todos los que quieran trabajar con Dios, es la
lección de desconfianza en sí mismos; entonces estarán preparados
para que se les imparta el carácter de Cristo. Este no se obtiene por
la educación en las escuelas más científicas. Es fruto de la sabiduría
que se obtiene únicamente del Maestro divino.
Jesús eligió a pescadores sin letras porque no habían sido edu-
cados en las tradiciones y costumbres erróneas de su tiempo. Eran
hombres de capacidad innata, humildes y susceptibles de ser en-
señados; hombres a quienes él podía educar para su obra. En las
profesiones comunes de la vida, hay muchos hombres que cumplen
sus trabajos diarios, inconscientes de que poseen facultades que, si
fuesen puestas en acción, los pondrían a la altura de los hombres
más estimados del mundo. Se necesita el toque de una mano hábil
para despertar estas facultades dormidas. A hombres tales llamó
Jesús para que fuesen sus colaboradores; y les dió las ventajas de
estar asociados con él. Nunca tuvieron los grandes del mundo un
maestro semejante. Cuando los discípulos terminaron su período
de preparación con el Salvador, no eran ya ignorantes y sin cultura;
habían llegado a ser como él en mente y carácter, y los hombres se
dieron cuenta de que habían estado con Jesús.
No es la obra más elevada de la educación el comunicar mera-
mente conocimientos, sino el impartir aquella energía vivificadora
que se recibe por el contacto de la mente con la mente y del alma con
el alma. Únicamente la vida puede engendrar vida. ¡Qué privilegio
fué el de aquellos que, durante tres años, estuvieron en contacto
diario con aquella vida divina de la cual había fluído todo impulso
vivificador que bendijera al mundo! Más que todos sus compañeros,
Juan, el discípulo amado, cedió al poder de esa vida maravillosa.
Dice: “La vida fué manifestada, y vimos, y testificamos, y os anun-
ciamos aquella vida eterna, la cual estaba con el Padre, y nos ha
aparecido.” “De su plenitud tomamos todos, y gracia por gracia.
En los apóstoles de nuestro Señor no había nada que les pu-
diera reportar gloria. Era evidente que el éxito de sus labores se