El llamamiento a orillas del mar
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desilusión. Si tal había de ser el resultado de la misión de Juan,
no podían tener mucha esperanza respecto a su Maestro, contra el
cual estaban combinados todos los dirigentes religiosos. En esas
circunstancias, les había sido un alivio volver por un corto tiempo a
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su pesca. Pero ahora Jesús los llamaba a abandonar su vida anterior,
y a unir sus intereses con los suyos. Pedro había aceptado el llama-
miento. Llegando a la orilla, Jesús invitó a los otros tres discípulos
diciéndoles: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres.”
Inmediatamente lo dejaron todo, y le siguieron.
Antes de pedir a los discípulos que abandonasen sus redes y
barcos, Jesús les había dado la seguridad de que Dios supliría sus
necesidades. El empleo del esquife de Pedro para la obra del Evan-
gelio había sido ricamente recompensado. El que es rico “para con
todos los que le invocan” dijo: “Dad, y se os dará; medida buena,
apretada, remecida, y rebosando.
Según esta medida había recom-
pensado el servicio de sus discípulos. Y todo sacrificio hecho en su
ministerio será recompensado conforme a “las abundantes riquezas
de su gracia.
Durante aquella triste noche pasada en el lago, mientras estaban
separados de Cristo, los discípulos se vieron acosados por la incre-
dulidad y el cansancio de un trabajo infructuoso. Pero su presencia
reanimó su fe y les infundió gozo y éxito. Así también sucede con
nosotros; separados de Cristo, nuestro trabajo es infructuoso, y es
fácil desconfiar y murmurar. Pero cuando él está cerca y trabajamos
bajo su dirección, nos regocijamos en la evidencia de su poder. Es
obra de Satanás desalentar al alma, y es obra de Cristo inspirarle fe
y esperanza.
La lección más profunda que el milagro impartió a los discípu-
los, es una lección para nosotros también; a saber, que Aquel cuya
palabra juntaba los peces de la mar podía impresionar los corazones
humanos y atraerlos con las cuerdas de su amor, para que sus siervos
fuesen “pescadores de hombres.”
Eran hombres humildes y sin letras aquellos pescadores de Ga-
lilea; pero Cristo, la luz del mundo, tenía abundante poder para
prepararlos para la posición a la cual los había llamado. El Salvador
no menospreciaba la educación; porque, cuando está regida por el
amor de Dios y consagrada a su servicio, la cultura intelectual es
una bendición. Pero pasó por alto a los sabios de su tiempo, porque