En Capernaúm
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“levantándose muy de mañana, aun muy de noche, salió y se fué a
un lugar desierto, y allí oraba.”
Así transcurrían los días de la vida terrenal de Jesús. A menudo
despedía a sus discípulos para que visitaran sus hogares y descansa-
sen, pero resistía amablemente a sus esfuerzos de apartarle de sus
labores. Durante todo el día, trabajaba enseñando a los ignorantes,
sanando a los enfermos, dando vista a los ciegos, alimentando a la
muchedumbre; y al anochecer o por la mañana temprano, se dirigía
al santuario de las montañas, para estar en comunión con su Pa-
dre. Muchas veces pasaba toda la noche en oración y meditación, y
volvía al amanecer para reanudar su trabajo entre la gente.
Temprano por la mañana, Pedro y sus compañeros vinieron a
Jesús diciendo que ya le estaba buscando el pueblo de Capernaúm.
Los discípulos habían quedado amargamente chasqueados por la re-
cepción que Cristo había encontrado hasta entonces. Las autoridades
de Jerusalén estaban tratando de asesinarle; aun sus conciudadanos
habían procurado quitarle la vida; pero en Capernaúm se le reci-
bía con gozoso entusiasmo, y las esperanzas de los discípulos se
reanimaron. Tal vez que entre los galileos amantes de la libertad se
hallaban los sostenedores del nuevo reino. Pero con sorpresa oyeron
a Cristo decir estas palabras: “También a otras ciudades es necesario
que anuncie el evangelio del reino de Dios; porque para esto soy
enviado.”
En la agitación que dominaba en Capernaúm, había peligro de
que se perdiese de vista el objeto de su misión. Jesús no se sentía
satisfecho atrayendo la atención a sí mismo como taumaturgo o
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sanador de enfermedades físicas. Quería atraer a los hombres a sí
como su Salvador. Y mientras la gente quería anhelosamente creer
que había venido como rey, a fin de establecer un reino terrenal, él
deseaba desviar su mente de lo terrenal a lo espiritual. El mero éxito
mundanal estorbaría su obra.
Y la admiración de la muchedumbre negligente contrariaba su
espíritu. En su vida no cabía manifestación alguna de amor propio.
El homenaje que el mundo tributa al encumbramiento, las riquezas
o el talento, era extraño para el Hijo del hombre. Jesús no empleó
ninguno de los medios que los hombres emplean para obtener la
lealtad y el homenaje de los demás. Siglos antes de su nacimiento,
había sido profetizado acerca de él: “No clamará, ni alzará, ni hará