Página 224 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
serán abandonados al poder de Satanás o a las flaquezas de su propia
naturaleza. Son invitados por el Salvador: “Echen mano ... de mi
fortaleza; y hagan paz conmigo. ¡Sí, que hagan paz conmigo!
Los
espíritus de las tinieblas contenderán por el alma que una vez estuvo
bajo su dominio. Pero los ángeles de Dios lucharán por esa alma
con una potencia que prevalecerá. El Señor dice: “¿Será quitada la
presa al valiente? o ¿libertaráse la cautividad legítima? Así empero
dice Jehová: Cierto, la cautividad será quitada al valiente, y la presa
del robusto será librada; y tu pleito yo lo pleitearé, y yo salvaré a tus
hijos.
Mientras que la congregación que se hallaba en la sinagoga per-
manecía muda de asombro, Jesús se retiró a la casa de Pedro para
descansar un poco. Pero allí también había caído una sombra. La
suegra de Pedro estaba enferma de una “grande fiebre.” Jesús repren-
dió la dolencia, y la enferma se levantó y atendió las necesidades
del Maestro y sus discípulos.
Las noticias de la obra de Cristo cundieron rápidamente por todo
Capernaúm. Por temor a los rabinos, el pueblo no se atrevía a buscar
curación durante el sábado; pero apenas hubo desaparecido el sol
en el horizonte, se produjo una gran conmoción. De las casas, los
talleres y las plazas, los habitantes de la ciudad se dirigieron hacia la
humilde morada que albergaba a Jesús. Los enfermos eran traídos en
sus camas; venían apoyándose en bastones o sostenidos por amigos;
y se acercaban tambaleantes y débiles a la presencia del Salvador.
Durante horas y horas, llegaban y se iban; porque nadie sabía si al
día siguiente encontrarían al Médico todavía entre ellos. Nunca antes
había presenciado Capernaúm un día como ése. Llenaban el aire las
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voces de triunfo y de liberación. El Salvador se regocijaba por la
alegría que había despertado. Mientras presenciaba los sufrimientos
de aquellos que habían acudido a él, su corazón se conmovía de
simpatía y se regocijaba en su poder de devolverles la salud y la
felicidad.
Jesús no cesó de trabajar hasta que el último doliente hubo queda-
do aliviado. Ya era muy avanzada la noche cuando la muchedumbre
se fué, y el silencio descendió sobre el hogar de Simón. Había termi-
nado el largo día lleno de excitación, y Jesús buscó descanso. Pero
mientras la ciudad estaba aún envuelta por el sueño, el Salvador