Página 228 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
hubo uno en cuyo corazón empezó a nacer la fe. Pero no sabía
cómo llegar a Jesús. Privado como se hallaba de todo trato con sus
semejantes, ¿cómo podría presentarse al Sanador?
Y además, se preguntaba si Cristo le sanaría
a él
. ¿Se rebajaría
hasta fijarse en un ser de quien se creía que estaba sufriendo un
castigo de Dios? ¿No haría como los fariseos y aun los médicos, es
decir, pronunciar una maldición sobre él, y amonestarle a huir de las
habitaciones de los hombres? Reflexionó en todo lo que se le había
dicho de Jesús. Ninguno de los que habían pedido su ayuda había
sido rechazado. El pobre hombre resolvió encontrar al Salvador.
Aunque no podía penetrar en las ciudades, tal vez llegase a cruzar
su senda en algún atajo de los caminos de la montaña, o le hallase
mientras enseñaba en las afueras de algún pueblo. Las dificultades
eran grandes, pero ésta era su única esperanza.
El leproso fué guiado al Salvador. Jesús estaba enseñando a
orillas del lago, y la gente se había congregado en derredor de él.
De pie a lo lejos, el leproso alcanzó a oír algunas palabras de los
labios del Salvador. Le vió poner sus manos sobre los enfermos. Vió
a los cojos, los ciegos, los paralíticos y los que estaban muriendo
de diversas enfermedades, levantarse sanos, alabando a Dios por
su liberación. La fe se fortaleció en su corazón. Se acercó más y
más a la muchedumbre. Las restricciones que le eran impuestas, la
seguridad de la gente, y el temor con que todos le miraban, todo fué
olvidado. Pensaba tan sólo en la bendita esperanza de la curación.
Presentaba un espectáculo repugnante. La enfermedad había
hecho terribles estragos; su cuerpo decadente ofrecía un aspecto
horrible. Al verle, la gente retrocedía con terror. Se agolpaban unos
sobre otros, en su ansiedad de escapar de todo contacto con él.
Algunos trataban de evitar que se acercara a Jesús, pero en vano. El
ni los veía ni los oía. No percibía tampoco sus expresiones de horror.
Veía tan sólo al Hijo de Dios. Oía únicamente la voz que infundía
vida a los moribundos. Acercándose con esfuerzo a Jesús, se echó a
sus pies clamando: “Señor, si quieres, puedes limpiarme.”
Jesús replicó: “Quiero: sé limpio,” y puso la mano sobre él.
Inmediatamente se realizó una transformación en el leproso. Su
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carne se volvió sana, los nervios recuperaron la sensibilidad, los
músculos, la firmeza. La superficie tosca y escamosa, propia de la