“Puedes limpiarme”
225
lepra, desapareció, y la reemplazó un suave color rosado como el
que se nota en la piel de un niño sano.
Jesús encargó al hombre que no diese a conocer la obra en él
realizada, sino que se presentase inmediatamente con una ofrenda
al templo. Semejante ofrenda no podía ser aceptada hasta que los
sacerdotes le hubiesen examinado y declarado completamente sano
de la enfermedad. Por poca voluntad que tuviesen para cumplir este
servicio, no podían eludir el examen y la decisión del caso.
Las palabras de la Escritura demuestran con qué urgencia Cristo
recomendó a este hombre la necesidad de callar y obrar prontamen-
te. “Entonces le apercibió, y despidióle luego. Y le dice: Mira, no
digas a nadie nada; sino ve, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu
limpieza lo que Moisés mandó, para testimonio a ellos.” Si los sa-
cerdotes hubiesen conocido los hechos relacionados con la curación
del leproso, su odio hacia Cristo podría haberlos inducido a dar un
fallo falto de honradez. Jesús deseaba que el hombre se presentase
en el templo antes de que les llegase rumor alguno concerniente al
milagro. Así se podría obtener una decisión imparcial, y el leproso
sanado tendría permiso para volver a reunirse con su familia y sus
amigos.
Jesús tenía otros objetos en vista al recomendar silencio al hom-
bre. Sabía que sus enemigos procuraban siempre limitar su obra, y
apartar a la gente de él. Sabía que si se divulgaba la curación del
leproso, otros aquejados por esta terrible enfermedad se agolparían
en derredor de él y se haría correr la voz de que su contacto iba
a contaminar a la gente. Muchos de los leprosos no emplearían el
don de la salud en forma que fuese una bendición para sí mismos y
para otros. Y al atraer a los leprosos en derredor suyo, daría ocasión
de que se le acusase de violar las restricciones de la ley ritual. Así
quedaría estorbada su obra de predicar el Evangelio.
El acontecimiento justificó la amonestación de Cristo. Una mul-
titud había presenciado la curación del leproso, y anhelaba conocer
la decisión de los sacerdotes. Cuando el hombre volvió a sus deudos,
[230]
hubo mucha agitación. A pesar de la recomendación de Jesús, el
hombre no hizo ningún esfuerzo para ocultar el hecho de su cura-
ción. Le habría sido imposible en verdad ocultarla, pero el leproso
publicó la noticia en todas partes. Concibiendo que era solamente la
modestia de Jesús la que le había impuesto esa restricción, anduvo