Página 236 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
entregado a la ira de Dios, había impresionado de tal manera a la
gente, que por el momento los rabinos quedaron olvidados. Vieron
que Cristo poseía un poder que ellos habían atribuído a Dios solo;
sin embargo, la amable dignidad de sus modales, estaba en marcado
contraste con el porte altanero de ellos. Estaban desconcertados y
avergonzados; y reconocían, aunque no lo confesaban, la presencia
de un Ser superior. Cuanto más convincente era la prueba de que
Jesús tenía en la tierra poder de perdonar los pecados, tanto más
firmemente se atrincheraban en la incredulidad. Salieron de la casa
de Pedro, donde habían visto al paralítico curado por la palabra de
Jesús, para inventar nuevas maquinaciones con el fin de hacer callar
al Hijo de Dios.
La enfermedad física, por maligna que fuese y arraigada que
estuviera, era curada por el poder de Cristo; pero la enfermedad del
alma se apoderaba más firmemente de aquellos que cerraban sus
ojos para no ver la luz. La lepra y la parálisis no eran tan terribles
como el fanatismo y la incredulidad.
En la casa del paralítico sanado, hubo gran regocijo cuando él
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volvió a su familia, trayendo con facilidad la cama sobre la cual se
le había llevado de su presencia poco tiempo antes. Le rodearon con
lágrimas de alegría, casi sin atreverse a creer lo que veían sus ojos.
Estaba delante de ellos, en el pleno vigor de la virilidad. Aquellos
brazos que ellos habían visto sin vida, obedecían prestamente a su
voluntad. La carne que se había encogido, adquiriendo un color
plomizo, era ahora fresca y rosada. El hombre andaba con pasos
firmes y libres. En cada rasgo de su rostro estaban escritos el gozo y
la esperanza; y una expresión de pureza y paz había reemplazado
los rastros del pecado y del sufrimiento. De aquel hogar subieron
alegres palabras de agradecimiento, y Dios quedó glorificado por
medio de su Hijo, que había devuelto la esperanza al desesperado,
y fuerza al abatido. Este hombre y su familia estaban listos para
poner sus vidas por Jesús. Ninguna duda enturbiaba su fe, ninguna
incredulidad manchaba su lealtad hacia Aquel que había impartido
luz a su obscurecido hogar.
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