Página 235 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

Basic HTML Version

“Puedes limpiarme”
231
favor de los hijos de los hombres! ¿Quién puede dudar del mensa-
je de salvación? ¿Quién puede despreciar las misericordias de un
Redentor compasivo?
Para restaurar la salud a ese cuerpo que se corrompía, no se
necesitaba menos que el poder creador. La misma voz que infundió
vida al hombre creado del polvo de la tierra, había infundido vida
al paralítico moribundo. Y el mismo poder que dió vida al cuerpo,
había renovado el corazón. El que en la creación “dijo, y fué he-
cho,” “mandó, y existió,
había infundido por su palabra vida al
alma muerta en delitos y pecados. La curación del cuerpo era una
evidencia del poder que había renovado el corazón. Cristo ordenó al
paralítico que se levantase y anduviese, “para que sepáis—dijo—que
el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar pecados.”
El paralítico halló en Cristo curación, tanto para el alma como
para el cuerpo. La curación espiritual fué seguida por la restauración
física, Esta lección no debe ser pasada por alto. Hay hoy día miles
que están sufriendo de enfermedad física y que, como el paralítico,
están anhelando el mensaje: “Tus pecados te son perdonados.” La
carga de pecado, con su intranquilidad y deseos no satisfechos es el
fundamento de sus enfermedades. No pueden hallar alivio hasta que
vengan al Médico del alma. La paz que él solo puede dar, impartiría
[236]
vigor a la mente y salud al cuerpo.
Jesús vino para “deshacer las obras del diablo.” “En él estaba
la vida,” y él dice: “Yo he venido para que tengan vida, y para que
la tengan en abundancia.” El es un “espíritu vivificante.
Y tiene
todavía el mismo poder vivificante que, mientras estaba en la tierra,
sanaba a los enfermos y perdonaba al pecador. El “perdona todas tus
iniquidades,” él “sana todas tus dolencias.
El efecto producido sobre el pueblo por la curación del paralítico
fué como si el cielo, después de abrirse, hubiese revelado las glorias
de un mundo mejor. Mientras que el hombre curado pasaba por entre
la multitud, bendiciendo a Dios a cada paso, y llevando su carga
como si hubiese sido una pluma, la gente retrocedía para darle paso,
y con temerosa reverencia le miraban los circunstantes, murmurando
entre sí: “Hemos visto maravillas hoy.”
Los fariseos estaban mudos de asombro y abrumados por su
derrota. Veían que no había oportunidad de inflamar a la multitud con
sus celos. El prodigio realizado en el hombre, a quien ellos habían