Página 234 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
Con fe sencilla aceptó las palabras de Jesús como la bendición
de una nueva vida. No presentó otro pedido, sino que permaneció
en bienaventurado silencio, demasiado feliz para hablar. La luz del
cielo se reflejaba en su semblante, y los concurrentes miraban la
escena con reverencia.
Los rabinos habían esperado ansiosamente para ver en qué forma
iba a disponer Cristo de ese caso. Recordaban cómo el hombre se
había dirigido a ellos en busca de ayuda, y le habían negado toda
esperanza o simpatía. No satisfechos con esto, habían declarado que
sufría la maldición de Dios por causa de sus pecados. Esas cosas
acudieron nuevamente a su mente cuando vieron al enfermo delante
de sí. Notaron el interés con que todos miraban la escena y los
abrumó el temor de perder su influencia sobre el pueblo.
Estos dignatarios no cambiaron palabras entre sí, sino que mi-
rándose los rostros unos a otros leyeron el mismo pensamiento en
cada uno, de que algo había que hacer para detener la marea de los
sentimientos. Jesús había declarado que los pecados del paralítico
eran perdonados. Los fariseos se aferraron a estas palabras como
una blasfemia, y concibieron que podrían ser presentadas como un
pecado digno de muerte. Dijeron en su corazón: “Blasfemias dice.
¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?”
Fijando en ellos una mirada bajo la cual se atemorizaron y retro-
cedieron, Jesús dijo: “¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?
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Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados; o
decir: Levántate, y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del hom-
bre tiene potestad en la tierra de perdonar pecados, (dice entonces al
paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa.”
Entonces el que había sido traído en una camilla a Jesús, se
puso de pie con la elasticidad y fuerza de la juventud. La sangre
vivificadora corrió raudamente por sus venas. Todo órgano de su
cuerpo se puso en repentina actividad. El rosado color de la salud
sucedió a la palidez de la muerte cercana. “Entonces él se levantó
luego, y tomando su lecho, se salió delante de todos, de manera
que todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca tal
hemos visto.”
¡Oh admirable amor de Cristo, que se inclina a sanar al culpable
y afligido! ¡La divinidad se compadece de los males de la doliente
humanidad y los calma! ¡Oh maravilloso poder así manifestado en