Capítulo 28—Leví Mateo
Este capítulo está basado en Mateo 9:9-17; Marcos 2:14-22; Lucas
5:27-39.
Entre los funcionarios romanos que había en Palestina, los más
odiados eran los publicanos. El hecho de que las contribuciones eran
impuestas por una potencia extraña era motivo de continua irrita-
ción para los judíos, pues les recordaba que su independencia había
desaparecido. Y los cobradores de impuestos no eran simplemente
instrumentos de la opresión romana; cometiendo extorsiones por su
propia cuenta, se enriquecían a expensas del pueblo. Un judío que
aceptaba este cargo de mano de los romanos era considerado como
traidor a la honra de su nación. Se le despreciaba como apóstata, se
le clasificaba con los más viles de la sociedad.
A esta clase pertenecía Leví Mateo, quien, después de los cuatro
discípulos de Genesaret, fué el siguiente en ser llamado al servicio de
Cristo. Los fariseos habían juzgado a Mateo según su empleo, pero
Jesús vió en este hombre un corazón dispuesto a recibir la verdad.
Mateo había escuchado la enseñanza del Salvador. En la medida en
que el convincente Espíritu de Dios le revelaba su pecaminosidad,
anhelaba pedir ayuda a Cristo; pero estaba acostumbrado al carácter
exclusivo de los rabinos, y no había creído que este gran maestro se
fijaría en él.
Sentado en su garita de peaje un día, el publicano vió a Jesús
que se acercaba. Grande fué su asombro al oírle decir: “Sígueme.”
Mateo, “dejadas todas las cosas, levantándose, le siguió.” No
vaciló ni dudó, ni recordó el negocio lucrativo que iba a cambiar por
la pobreza y las penurias. Le bastaba estar con Jesús, poder escuchar
sus palabras y unirse con él en su obra.
Así había sido con los discípulos antes llamados. Cuando Jesús
invitó a Pedro y sus compañeros a seguirle, dejaron inmediatamente
sus barcos y sus redes. Algunos de esos discípulos tenían deudos
que dependían de ellos para su sostén, pero cuando recibieron la
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