Capítulo 29—El sábado
El Sábado fué santificado en ocasión de la creación. Tal cual fué
ordenado para el hombre, tuvo su origen cuando “las estrellas todas
del alba alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios.” La paz
reinaba sobre el mundo entero, porque la tierra estaba en armonía
con el cielo. “Vió Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era
bueno en gran manera;
y reposó en el gozo de su obra terminada.
Por haber reposado en sábado, “bendijo Dios el día séptimo y
santificólo,” es decir, que lo puso aparte para un uso santo. Lo dió
a Adán como día de descanso. Era un monumento recordativo de
la obra de la creación, y así una señal del poder de Dios y de su
amor. Las Escrituras dicen: “Hizo memorables sus maravillas.” “Las
cosas invisibles de él, su eterna potencia y divinidad, se echan de ver
desde la creación del mundo, siendo entendidas por las cosas que
son hechas.
Todas las cosas fueron creadas por el Hijo de Dios. “En el prin-
cipio era el Verbo, y el Verbo era con Dios.... Todas las cosas por
él fueron hechas; y sin él nada de lo que es hecho, fué hecho.
Y
puesto que el sábado es un monumento recordativo de la obra de la
creación, es una señal del amor y del poder de Cristo.
El sábado dirige nuestros pensamientos a la naturaleza, y nos
pone en comunión con el Creador. En el canto de las aves, el mur-
mullo de los árboles, la música del mar, podemos oír todavía esa
voz que habló con Adán en el Edén al frescor del día. Y mientras
contemplamos su poder en la naturaleza, hallamos consuelo, porque
la palabra que creó todas las cosas es la que infunde vida al alma. El
“que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que res-
plandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento
de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.
Fué este pensamiento el que provocó este canto del salmista:
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“Por cuanto me has alegrado, oh Jehová, con tus obras;
En las obras de tus manos me gozo.
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