Página 258 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
congregar a la gente en derredor suyo bajo los cielos azules, en algún
collado hermoso, o en la playa a la ribera del lago. Allí, rodeado por
las obras de su propia creación, podía dirigir los pensamientos de sus
oyentes de lo artificial a lo natural. En el crecimiento y desarrollo
de la naturaleza se revelaban los principios de su reino. Al levantar
los hombres los ojos a las colinas de Dios, y contemplar las obras
maravillosas de sus manos, podían aprender lecciones preciosas de
la verdad divina. La enseñanza de Cristo les era repetida en las cosas
de la naturaleza. Así sucede con todos los que salen a los campos
con Cristo en su corazón. Se sentirán rodeados por la influencia
celestial. Las cosas de la naturaleza repiten las parábolas de nuestro
Señor y sus consejos. Por la comunión con Dios en la naturaleza, la
mente se eleva y el corazón halla descanso.
Estaba por darse el primer paso en la organización de la iglesia,
que después de la partida de Cristo había de ser su representante en
la tierra. No tenía ningún santuario costoso a su disposición, pero
el Salvador condujo a sus discípulos al lugar de retraimiento que él
amaba, y en la mente de ellos los sagrados incidentes de aquel día
quedaron para siempre vinculados con la belleza de la montaña, del
valle y del mar.
Jesús había llamado a sus discípulos para enviarlos como testigos
suyos, para que declararan al mundo lo que habían visto y oído de
él. Su cargo era el más importante al cual hubiesen sido llamados
alguna vez los seres humanos, y únicamente el de Cristo lo superaba.
Habían de ser colaboradores con Dios para la salvación del mundo.
Como en el Antiguo Testamento los doce patriarcas se destacan
como representantes de Israel, así los doce apóstoles habían de
destacarse como representantes de la iglesia evangélica.
El Salvador conocía el carácter de los hombres a quienes había
elegido; todas sus debilidades y errores estaban abiertos delante de
él; conocía los peligros que tendrían que arrostrar, la responsabilidad
que recaería sobre ellos; y su corazón amaba tiernamente a estos
elegidos. A solas sobre una montaña, cerca del mar de Galilea, pasó
toda la noche en oración por ellos, mientras ellos dormían al pie de
la montaña. Al amanecer, los llamó a sí porque tenía algo importante
que comunicarles.
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Estos discípulos habían estado durante algún tiempo asociados
con Jesús en su labor activa. Juan y Santiago, Andrés y Pedro, con