Página 259 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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La ordenación de los doce
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Felipe, Natanael y Mateo, habían estado más íntimamente relacio-
nados con él que los demás, y habían presenciado mayor número
de sus milagros. Pedro, Santiago y Juan tenían una relación más
estrecha con él. Estaban casi constantemente con él, presenciando
sus milagros y oyendo sus palabras. Juan había penetrado en una
intimidad aun mayor con Jesús, de tal manera que se le distingue
como aquel a quien Jesús amaba. El Salvador los amaba a todos,
pero Juan era el espíritu más receptivo. Era más joven que los demás,
y con mayor confianza infantil abría su corazón a Jesús. Así llegó a
simpatizar más con el Salvador, y por su medio fueron comunicadas
a su pueblo las enseñanzas espirituales más profundas del Salvador.
A la cabeza de uno de los grupos en los cuales estaban divididos
los apóstoles, se destaca el nombre de Felipe. Fué el primer discí-
pulo a quien Jesús dirigió la orden terminante: “Sígueme.” Felipe
era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro. Había escuchado la
enseñanza de Juan el Bautista, y le había oído anunciar a Cristo
como el Cordero de Dios. Felipe buscaba sinceramente la verdad,
pero era tardo de corazón para creer. Aunque se había unido a Cristo,
la manera en que lo anunció a Natanael demuestra que no estaba
plenamente convencido de la divinidad de Jesús. Aunque Cristo
había sido proclamado por la voz del cielo como Hijo de Dios, para
Felipe era “Jesús, el hijo de José, de Nazaret.
Otra vez, cuando
los cinco mil fueron alimentados, se reveló la falta de fe de Felipe.
Para probarle, Jesús preguntó: “¿De dónde compraremos pan para
que coman éstos?” La respuesta de Felipe tendía a la incredulidad:
“Doscientos denarios de pan no les bastarán, para que cada uno de
ellos tome un poco.
Jesús estaba apenado. Aunque Felipe había
visto sus obras y sentido su poder, no tenía fe. Cuando los griegos
preguntaron a Felipe acerca de Jesús, no aprovechó como honor y
motivo de gozo la oportunidad de presentarlos al Salvador, sino que
se fué a decirlo a Andrés. Otra vez, en las últimas horas transcurri-
das antes de la crucifixión, las palabras de Felipe propendieron a
desalentar la fe. Cuando Tomás dijo a Jesús: “Señor, no sabemos
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a dónde vas: ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” el Salvador
respondió: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. ... Si me co-
nocieseis, también a mi Padre conocierais.” De Felipe provino la
respuesta incrédula: “Señor, muéstranos al Padre, y nos basta.
Tan